Doctor,
lo mío con las palabras es una locura:
se revuelven como caramelos en mi boca,
reptan sobre mis piernas, envuelven mis brazos,
se agolpan en las puntas de mis dedos, en tropel.
Doctor,
lo mío con las palabras ya es peligroso:
entran y salen por mis ojos, por mis oídos
obstruyen los orificios de mi nariz, mi boca
y otros orificios más indignos aun obturan, todos.
Doctor,
lo mío con las palabras ya es un vicio:
las fumo, las inhalo, las bebo, las mastico
las uso como parches sobre mi piel, como jabón,
las inyecto vía subcutánea y a veces también intravenosa.
Doctor,
lo mío con las palabras es absurdo:
mi esposa ya no me soporta, va a dejarme,
los amigos se marchan, mis novias me abandonan,
mi hija, de tan sólo seis años, se avergüenza ya de mí.
Doctor,
lo mío con las palabras es diabólico:
tiene que haber algo malo en esta relación,
si no, ¿por qué me obsesionan, por qué me gritan
desde sólo dios sabe dónde? ¿Por qué no se van de aquí?
Doctor,
lo mío con las palabras es perverso:
les arranco la ropa, las muerdo, las ultrajo
las ato, las amordazo, iracundo las defenestro
y bajo después a pisotearlas, a beber su sangre.
Doctor,
lo mío con las palabras es mortal
porque las palabras son hipócritas, traidoras
porque no dejan nada bueno, porque son esquivas,
pero sobre todo porque nunca, nunca, dicen la verdad.
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