domingo, 26 de julio de 2015

Éste es mi segundo intento



Por Mixena

Por fin he hallado una la cita que me dice algo. Ya no me siento invadida por mis relaciones interpersonales y, al escribir, mis trazos ya parecen letras y no simples rayones incontrolables que se deslizan sobre una hoja de papel, queriendo decir algo amontonado de imágenes e ideas sin surja que nada claro.
Es el momento, y es que llevo meses pensando que todo es tan subjetivo. A alguien la muerte le sabe a arena y yo siento que desdeña al triste ser humano, y qué es lo humano, ya lo hemos cuestionado. Cada quien tiene su respuesta y sostiene una posición. Así, en alas incesantes de movimientos destellados de verdades dudosas y certezas de la subjetividad encuentro esto: “Jasper…sabe que no podemos llegar a nada que trascienda del juego mortal de las apariencias”. Entonces recuerdo aquella tarde en el C-C y este momento me sabe a naranja; alguien que sólo yo sé quién es me dio un libro, señaló un párrafo que parafraseo: la realidad no es tan plana como un físico, un químico, un biólogo o un “hombre de ciencias exactas te la puede explicar”. Hay otros puntos, otros planos, otras realidades por descubrir (lamento no recordar qué libro era pero me dejó el sabor exacto de sandía con limón. Justo lo que quería escuchar). Enseguida recuerdo, invadida por un sabor a chocolate, desplazado por la salivación que revuelca un sabor a caramelo rojo, rojo dulce en realidad, a L, imagen creada, con su manita extendida y su cara ácida sosteniendo una abeja en su palma oculta por cinco dedos, un momento que apareció chispeante intercalado en una realidad. O los ojos de A sobre mi cama, cerca de los míos haciéndome sentir que mi cuerpo levita sólo por respirar frente a frente; mientras sentada en un sillón, recuerdo que no es un recuerdo, sino un sueño que tuvimos los dos, otro rayo de una distinta realidad atravesado en ésta, duplicada en puntos inexactos del universo.
Removiendo visiones, enredando y destejiendo hilos de historias, es como sé que no quiero un cochecito ni un traje con olor a monotonía que se ensucie el viernes mientras en el bar de la esquina siento que soy libre bailando con el cerebro apagado. Prefiero ponerme un pantalón cualquiera, mis siempre tenis rojos y disfrutar de un sabor a color café. Cerrar los ojos y abrir la boca, sentir un sabor resbaloso, pero no baboso, que me deja con curiosidad y envuelta en éxtasis mientras camino por las calles con tu ojo izquierdo girando entre mi lengua. Luego de unos pasos, aparéceseme un nuevo escenario, con algo corriendo por mis venas y llegando a todo rincón de mi cuerpo decido correr a media calle enredada en euforia de blanco adormecer, me detengo para mirar a mi alrededor y ya todo está oscuro, sé que quizá no debería estar aquí, no es lo que pasa generalmente en mi vida por las noches, me río. Siento venir sus manos en un abrazo que hace ¡pooop! en mi espalda y mi cerebro. Mientras me veo moverme dentro de sus pupilas, miramos las estrellas aparecer en el cielo una por una. Respiro y no hay sustancia alguna; le voy dando pequeños besos en el paladar parada sobre su lengua húmeda, al tiempo que decide snifarme y ya dentro de su cuerpo me reproduzco en una pequeña explosión llenándole de besos por dentro, un cosquilleo que despierta todos tus sentidos. O si miro para otro lado, descubro un caos en libertonia, mientras mi carnal pone la Traviata. Decido, a veces uno tiene que decidir a toda hora, entonces decido que en lugar de ser el personaje oscuro y mal maquillado que va todos los días al café, en un espacio aburrido y predecible de la noche, que pide siempre el mismo tipo de bebida; la que quizá, a veces supongo mientras lo miro, le sabe a lo que sabe que sabe, sin distinguir lo nuevo, lo diferente de cada día, partículas extrañas que su lengua despertando de un letargo debería de sorber.
Y si lo que hay no es siempre lo que es, y lo que es no es siempre lo que ves, degusto sus caderas y su cintura morena, arenosa, calida, envuelta y envolvente, la tomo de la mano por las calles del centro mientras admiro su caminar despreocupado y beso sus delgados labios, me pierdo en su oloroso cabello de espiral truncado cayendo por mi cara, la beso mientras reconozco uno que otro lunar contante de su piel. No me escondo tras una puerta bastante clara y al mismo tiempo creíblemente opaca que no deja mirar a los seres andantes de mis pasillos diarios de la vida, por que seguro quien quiera mirar más allá de su nariz, reconocerá lo transparente de mi ser, de modo que para qué insinúo lo que soy y luego niego serlo si me derrito al tiempo que me besa tras la oreja y sobre mí siento sus pechos dulces y perfectos para mis manos, que inquietas los describen.
Pero el momento se agota, entonces, disfruto parada tras el mostrador, mirando unos ojos de felino escondidos en rasgos momentáneos humanos, del Our love to admire de Interpol, mientras descubro que pioneer to the falls, son gotas cayendo una tras otra tan lento como sea posible para mirar y distinguir su forma, gotas que poco a poco se convierten en una tormenta que te estruja por dentro, te eriza la piel y te deja a medio suspiro, apretando los ojos mientras con desesperación te sientes lluvia. Despierto con un sobre salto y siento un grito salir de mis entrañas cuando por primera vez escucho la corte del rey carmesí de King Crimson, y mis ojos se expanden en mi cara mientras me enredo en el oído del sujeto rosado de la portada, sin decir nada.
Me río cuando veo la cantidad de publicidad de la que estamos rodeados. Me parece estúpido cuando veo el mismo comercial transmitido una y mil veces en una pantalla de televisión que cuelga a medio pasillo del metro. Cero que ya sólo enajenan a las personas, de quienes cuya respuesta no me sorprende: miran la pantalla, ya condicionados, porque la reconocen Televisión, ¡oh dios de cada aldea subdesarrollada! Sospecho, entonces, que hay una complicidad en el absurdo del día. Siento que el cerebro se les desconecta mientras bailan en un lugar horrible, donde además la cerveza es cara y a ellos lo único que les importa es consumir, al mismo tiempo que se pierden en un eterno retorno del mismo movimiento sin darse cuenta de que las cinco canciones que ya escucharon tienen el mismo ritmo plano e insubstancial bajo la misma letra pendeja que nada más habla de sexo sin sentido. Por eso si él, el que sea, prefiere tener sexo con una mujer, disfrutando de su piel y recorriendo su figura dibujando su cuerpo ya trazado, merece un ¡a huevo! Desde el fondo de mi voz que no me produce aquel que despertó con dolor de cabeza, quién sabe donde con quién sabe quién, y que solamente sintió una efímera descarga eléctrica en su cerebro, en lugar de un continuo erizar de la piel, un ahogo placentero que te hace que te retuerzas.
No pongo mi mirada en un recién nacido ignorando la dulcemente negra tentación de morir, como si fuera la imagen de la esperanza de la vida. Yo que putas sé lo que está pensando o en qué se va a convertir, tal vez siga los mismos pinches patrones de conducta de los demás seres color gris. Para qué los ojos de un recién nacido si yo tengo los míos, y tengo mi propia vida, además el proceso de lo que le pase a mis ojos me dejará la sensación de mi cuerpo reconociendo. Para qué decir que disfruto de cada segundo de vida, una pinche apariencia más, cuántos de los que han dicho esto tantas veces no se han sentido de la verga cuando menos una vez. Los segundos son tan rápidos, tan efímeros, tan intangibles, el tiempo es irreductible, el tiempo en números es plano, anclaje puro dice O.
Prefiero disfrutar cuando mi lengua percibe sabores a color, cuando huelo la humedad, cuando escucho sus movimientos y al correr de sus caricias por mi cintura yo siento pequeños pasos en mi nariz de tus dedos placenteros. Sí, la vida es absurda ya lo sé, y si se queda así es porque tú quieres, lo digo y lo sostengo. Vivir con el pleno conocimiento de lo absurdo no implica ceñirse a su inefable desmoronamiento de toda esperanza de vida, esa tampoco existe. Mejor pateo lo absurdo de este incesante movimiento de vida, la tuya o la mía, y mientras lo miro con desprecio y aburrimiento me quedo con cada caricia, un sentir diferente que hay que reconocer, recupero los sabores y mi lengua se retuerce en amarillo mientras digo para mis adentros cavernosos: a la chingada las apariencias y lo que dicen que está mal, me importa un comino las convencionalidades y sostengo que todo es subjetividad, mientras me cuestiono si llegará algún día la anagnórisis de la vida.




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