Por miXena
Te subes al metro, tomas el segundo
tren que pasa frente a ti. Para la fortuna de tus piernas, viene con lugares
libres. Te sientas, sincronizas tu reproductor con ese, un buen disco que
acabas de bajar, sacas de tu mochila o bolsa aquel, un buen libro que estás
leyendo desde hace unos días y no te deja de resonar en la mirada, sola. Lees
durante nueve estaciones, posiblemente más, probablemente menos. Te bajas para
transbordar, en ese momento, uno muy encendido del disco, con una atmósfera
alucinante, que casi obnubila tu mirada, que te hace avanzar tan sólo
automáticamente por los pasillos y las escaleras del metro, esquivando los
cuerpos que apenas y reconoces humanos, en ese justo instante del correr de un
track casi intermedio, tienes la certeza o la simple idea, de que en otro punto
del mundo subterráneo, con uno que otro minuto de desfase, aquel, persona que llevas
tanto amando, tomó el segundo tren que pasó frente a sus piernas, sincronizó el
mismo viaje musical, el mismo disco de seis pistas y sacó su propio libro,
solo. Mientras podrían estar los dos, con ese mismo disco, con los libros en la
mochila, en una habitación sin luz, a solas…
Esa, quizá, sea la pena que has de
pagar por tenerlo tan presente, o la idea que te seguirá a cada nuevo disco, o
el mal que te aqueje cuando leas un nuevo libro que te devore los suspiros que
intentabas matar a cada noche. Esa, quizá, sea la idea que te conducirá al
manicomio de la duda, al temblor de los destinos truncados, al insomnio de
extrañar y ser extrañado…
desde hace unos días y no te deja de resonar en la mirada, sola. Lees
durante nueve estaciones, posiblemente más, probablemente menos. Te bajas para
transbordar, en ese momento, uno muy encendido del disco, con una atmósfera
alucinante, que casi obnubila tu mirada, que te hace avanzar tan sólo
automáticamente por los pasillos y las escaleras del metro, esquivando los
cuerpos que apenas y reconoces humanos, en ese justo instante del correr de un
track casi intermedio, tienes la certeza o la simple idea, de que en otro punto
del mundo subterráneo, con uno que otro minuto de desfase, aquel, persona que llevas
tanto amando, tomó el segundo tren que pasó frente a sus piernas, sincronizó el
mismo viaje musical, el mismo disco de seis pistas y sacó su propio libro,
solo. Mientras podrían estar los dos, con ese mismo disco, con los libros en la
mochila, en una habitación sin luz, a solas…
Esa, quizá, sea la pena que has de
pagar por tenerlo tan presente, o la idea que te seguirá a cada nuevo disco, o
el mal que te aqueje cuando leas un nuevo libro que te devore los suspiros que
intentabas matar a cada noche. Esa, quizá, sea la idea que te conducirá al
manicomio de la duda, al temblor de los destinos truncados, al insomnio de
extrañar y ser extrañado…
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