No
hace falta saber nada de música para leer estas líneas, basta con sentirla.
Aquí no conocemos de géneros que dividen los diversos estilos de expresión
musical, delimitándolos dentro de una etiqueta. Sólo sabemos de lo emocionante que es
experimentarla, esas sensaciones que recorren todo nuestro cuerpo al
escucharla, nos hacen vibrar, nos ponen los pelos de punta, nos entristecen,
nos alegran, nos enfurecen, nos levantan o nos tiran, todo eso que atraviesa la
piel y pone a danzar a nuestra alma.
La
música es expresión. La expresión sincera y ejecutada con maestría en la
técnica es arte. La música es arte, y el arte es necesario para que el espíritu
humano se desarrolle sanamente. La música es indispensable en nuestras vidas
así como cualquier otro tipo de arte. Todos los días, consciente o
inconscientemente, la música forma parte de nuestras vidas. A veces para
desapercibida, a veces no tanto.
Independientemente de la intención con que halla sido creada por el
autor, cumple una función estructurante en nuestra personalidad que modifica
nuestras actitudes.
En
ocasiones nos ayuda a pensar, en otras no, por el contrario, nos hace perder
capacidad mental. Representa además un fenómeno cultural y social, refleja las
tradiciones y creencias de los países, el folklor de los pueblos. La música
refleja épocas, sentimientos, historias, edades, paisajes, personalidades. Es
una representación materializada de una parte de lo que somos. Somos lo que
hacemos, y la música que hacemos es lo que somos.
La
música le imprime ritmo a nuestras vidas. Alimenta nuestra alma y nos hace
percibir y comunicar la realidad desde una perspectiva muy distinta a lo común.
La
música también es conocimiento, tiene ideologías y postula teorías. También es
una ciencia y se pregunta por lo que verdaderamente es música. ¿La música es
desde que empieza cualquier sonido, o debe tener una elaborada estructura? Hablar de la música es como hablar de la
metafísica, y esto abarca la totalidad de las cosas. Hasta en el silencio hay
un ritmo oculto que marca la melodía del momento.
Todos
llevamos un blues en el corazón, bailamos un vals eterno, o un tango en medio
de la pasión. Gritamos cuando rock cuando nos rebelamos o trova cuando nos
enamoramos, bailamos jazz cuando nos alegramos o soul cuando nos entristecemos.
La
música se transforma con el tiempo y nosotros somos el tiempo cambiándolo todo
en medio de la evolución social. Depositamos conceptualmente nuestra esencia en
ella, y ella nos devuelve el favor aportando nuevos elementos para nuestra
construcción. Nos permite vernos a nosotros mismos como si pudiéramos salir de
nuestro cuerpo y visualizarnos desde el exterior, complementando nuestra
percepción de nuestra propia existencia para reconfigurarnos en un nuevo
ser. Es sentirnos a nosotros mismos
desde los sonidos que podemos elaborar.
Un
¡Viva por la música!, porque sin ella no seriamos mas que unos pedazos de
materia informe y sin sentido, sin pelo y que se esfuerza por mitigar su banal
existencia en un crudo instinto de supervivencia pusilánime.
Pero
hasta aquí con esta “música humana”. No creo realmente que nosotros, servil
raza de la creación natural, tan vilmente pervertida por la soberbia y la
vanidad, tan hambrienta de falso poder, inventemos, o al menos seamos capaces
de crear algo tan maravilloso como la música, ni aún tratándose de los mayores
genios. La madre Natura nos brinda una gama de sonidos tan perfectamente
sincronizada que a veces es imperceptible para el oído vulgar. Si abrimos de
alguna forma nuestros receptores de sensaciones para obtener una percepción de
la realidad más nítida, nos podremos dar cuenta que el mundo, el cosmos, el
universo en su totalidad lleva impreso su propio ritmo, el cual nosotros
podemos abstraer mentalmente y representarlo por medio de instrumentos por
medio de los cuales lo comunicamos. El músico, así como el sabio, no enseña ni
expone nada, aprehende de la ley del universo y lo comunica por medio de su
expresión.
La
música es vida, y la naturaleza esta vida.
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