Un cántaro de helada noche callo sobre los hombros de aquella mujer que encarnaba la sensualidad misma. Unos tibios labios le besaron aquel punto exacto donde descendían las estrellas. Le cobijaban al tiempo que le despertaban, envolviendo el sueño en un par de brazos protectores. Ella quiso decir algo, pero él beso sus labios, presuroso, sellando el momento con el silencio. Los ojos se abrieron tímidamente y se perdieron en el sinfín de encontrarse siendo otros en la mirada misma.
Se consume el frio entre la piel, el calor llega acariciando aquellos puntos sensibles al corazón. Corazón que late por inspiración, inspiración que provoca pasión. Pasión, motor de vida. Si nos quedamos sin pasión estamos muertos, se nos hiela el corazón.
Sus manos, ramas; sus dedos enredaderas; sus lenguas, serpientes. Sólo el aliento del pasado que gime se escucha cruzando el instante.
El universo cabe en la palma de la mano, el tiempo se vuelve eterno. Se adentran los deseos en húmedos terrenos. La respiración se corta por un instante. Abren los ojos y se encuentran perdidos, flotando en medio de la Nada. se sostienen él uno a la otra para no caer al vacio. Se elevan entre sensaciones hasta zonas turbulentas, que se embaten con firmeza para alcanzar el clímax.
Una explosión baña el ambiente.
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