jueves, 5 de julio de 2012

Diluyente Ciudad


Tenia que tomar la decisión entre leer y escribir. Es evidente la decisión que he tomado. Es una lastima pues los personajes del libro de cuentos en turno parecieran gritar desde mi bolsa de cuero implorando que lea sus historias.

Estoy tumbado en medio del mármol de los escalones del palacio de Bellas Artes. Es una mañana nublada. Esto no tendría ninguna importancia si yo fuera como cualquiera. Pero yo no soy cualquiera, tampoco alcanzo a percibir con certeza quien soy. Pero cualquiera puede ser cualquiera, lo normal es cualquier cosa, y a mi no me gusta ser normal. Quizá sea extrañamente normal, o normalmente extraño. Pero no aceptaría, bajo ninguna resolución, ser como cualquiera. 

Estar aquí sentado a mi parecer no es cualquier cosa. Pasear por estas calles es diferente, incluso el respirar es distinto. Fumarte un cigarrillo, levantar la mirada y encontrarte inmerso en un cumulo de gigantescos edificios, entre bares, cantinas y cientos, miles, quizá millones de desconocidos. Pensar en toda esa gente, arriba en las alturas. Volteo a mirar las ventanas de todas esas monstruosas construcciones. Esos cristales representan estrellas citadinas, que muchos de afuera, abajo, voltean a ver con anhelo de alcanzar una de ellas en ese cielo material. En una de esas estrellas esta ahora mismo la mujer que dirige mis pensamientos hacia la alcoba del deseo.

Dirijo mi mirada mas abajo del suelo. Sí, mas abajo, allí donde las sonrisas son muecas que ocultan dolor. Donde los sueños se arrastran por el piso, y los cartones sirven de cama. Ahí, donde caminar representa la dura carga de vivir, y respirar raspa el pecho. Sólo el fuego de algún toxico restablece la locura de estos sujetos, que ya ni siquiera buscan en esas oficinas su cielo, prefieren cavar túneles entre el concreto y arrojar sus almas al calor de la miseria.

Hay un portal entre estos dos mundos, el portal de la locura. El cielo y el infierno. Cordura emocional o locura sentimental. Lo peor del caso es que no se de que lado estoy, o si estoy en medio de ese espectral umbral. No se ni siquiera si estoy. Soy como un desenfoque en una fotografía, sólo un elemento superfluo en la imagen.

Pero no ser nada en medio de todo tiene sus ventajas. Mi cuerpo se comienza a evaporar, mis ojos se cierran, puedo sentir mi corazón latir y con él el de toda la demás gente. Me diluyo entre el mármol y mi esencia se mezcla con el entrono. Se ha elevado un pensamiento destilante.

Soy un ente inmaterial que se expande como gas, invado el aire y recorro las calles. Estoy en todos lados sin estar en ninguna parte. Las líneas en mi libreta son el delineado de los ojos de mi alma, las palabras escritas la mierda que desecho para purificarme. Si no encuentro el momento me torno insoportable, lamentable que algunos no lo entiendan, cercanos, y aquellos lejanos, tan arcanos, parecieran ser hermanos. Son ilusiones del alma vagabunda, confusiones entre contradicciones lógicas y ahora lo único coherente es la subversión. Imposible aceptar lo recto porque esta muy torcido, nueva ley, desde el comienzo, sacrificio.

Es la ciudad y este olor a pavimento. Tener que estirar el cuello para lograr ver un amanecer. Las aves aquí son una plaga, los insectos signo de suciedad. Las sonrisas causan alergia y lo único que se contagia es la indiferencia. 

Quizá sea un error generalizar, pero es esta expectante sensación que pareciera obsequiarme una verdad irreprochable.
Esta ciudad no es tan diferente a las demás, donde la gente nunca es tan igual. Londres, Ámsterdam, New York, Tokyo… estando en medio de esta ciudad de México me siento en medio de un gran mundo que conglomera, con libertinaje, cualquier tipo de tradición y cultura. Pero predomina el bizarro culto sin un peso y el rico sin un seso. El “fuerte” que golpea a la débil, y la “débil” que resiste al fuerte.
No puedo imaginarme ajeno a otra sociedad inmerso en esta multiculturalidad. Siempre adoctrinado como europeo por la ideología que cruelmente aniquilo a mis abuelos y me adopto, para cultivarme en su avaricia y fatal cristianismo. Por eso yergo el pecho y levanto la voz. Porque los padres, los que sobrevivieron a tan atroz conquista han hablado en los sueños de un mundo mejor, donde podemos encontrarnos con nosotros mismos y restituir nuestro ser.

No tenemos que ir a ninguna parte, tan lejos que no podamos interpretar nuestra realidad con argumentos suficientes. Hace falta abrir nuestra percepción, sentir, inteligir nuestro entorno. Ser nada por un instante, mezclarse con el todo. No tomar tendencias, sino coincidir con la realidad. Yo no estoy aquí ni allá, ni subo ni bajo. No culmino, no hay comienzo. Soy un vaho de pensamiento que te inyecta dudas, soy el desorden mental que te recorre con un escalofrió cuando lo ético y lo moral no coinciden, cuando lo correcto resulta en sufrimiento y lo malvado en placentero. Soy la angustia que te aborda cuando Dios te abandona y te quedas solo, contigo mismo, enterrado en la hélida arena de tu espíritu desierto. Soy emisario de lo bueno y las palabras mi instrumento, la música mi complemento. Soy conciencia, soy movimiento. Ando disuelto en el mundo, soy la idea que no te has atrevido a pensar, soy la teoría que no has llevado a la práctica. Soy la libertad de la que huyes porque exige compromiso, porque prefieres la comodidad y el conformismo de tu esclavismo. Soy lo que nunca fui, soy lo que nunca seré y, sin embargo, soy lo que siempre quisiste ser, pero no puedes porque tu temor lo cobija el dinero para abrazarte al dogma y clavarte a tu propia cruz de redentor. Soy… 

NiHiL

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