domingo, 13 de marzo de 2011

El concilio de Trento

Ya no eres romántico -dijo ella. Y él sintió que los demonios de la culpa y la vergüenza corrían sobre su espalda como dos pequeñas lagartijas.

Esa noche, él compró varias docenas de rosas, velas aromáticas, incienso, un libro con esquemas y consejos para el "gran amante". Posteriormente, deshojó algunas rosas y desordenó los pétalos sobre la cama, encendió las velas...

Cuando ella llegó a casa, se ruborizó ante tal escenografía y un instante después, titubeando, murmuró: cuando te hablé de romance estaba pensando en otra cosa, algo diferente.

Ah, ¿sí? ¿Cómo qué? -dijo él.

No sé... una fantasía.

Con cierta amargura, él añadió: te escucho.

Bueno -dijo ella- cuando estoy a solas... me gusta imaginar que formo parte del Oratorio del amor divino y que estoy en la ciudad de Trento, durante los años del concilio. Me veo dedicándome fervorosamente a mi fe, me escucho orar. Luego imagino que un coro de ángeles desciende frente a mí, ángeles de hermosos y andróginos rostros me cubren con sus alas, me tocan. Sus manos aran caminos sobre la piel de mis muslos, sus ojos se demoran en la curvatura de mis hombros. Me descubro desnuda y encuentro que mi nombre aparece tatuado sobre los robustos brazos de los ángeles. Trato de moverme y no logro hacerlo. Mis almibarados labios hacen graciosos chasquidos al encontrar las luminosas mejillas de aquellas divinas criaturas. Siento que mi cuerpo se evapora, me siento ligera, etérea. Sin darme cuenta, de mi boca salen frases en perfecto latín: homo vitae commodatus non donatus est... Estoy poseída, me digo a mí misma, y luego descubro que no, que estoy a punto de ser poseída. Un ángel rubio se aproxima hacia mí, me toca con su cálida mano: los opuestos se buscan, los espacios interestelares son creados, y también los planetas, la música, la vida, el miedo, la muerte, las emociones, el cielo. Las visiones aladas desaparecen y me veo en una calle, de madrugada. Deus arcum suum tendit, sale de mi boca y me asusta la posibilidad de estar blasfemando. El tiempo se materializa frente a mí en un cuerpo masculino. Me arrojo a él sin pensar. Lo dejo que me explore. Tomo sus manos entre las mías y las dirijo hacia mi anhelante coño, muerdo su cuello, me dispongo a mamarle la verga de inconmensurables dimensiones y él responde estrechando su cuerpo contra mis pechos. Lo bueno y lo malo son categorías que en ese momento desaparecen, se funden en mi entrepierna. Trato de clavar mis uñas en su piel y no puedo hacerlo: su piel es un amasijo de luz, perfumes y recuerdos que se tornan líquidos al contacto. Lo amo como supongo dios amó a la virgen cuando decidió fecundarla y él me ama en chorros de albas y espesas bendiciones...

Al terminar de contar su fantasía, ella se levantó de la cama, limpió el sudor que bañaba su frente y fue al cuarto de baño. Él recogió los pétalos, apagó las velas y arrojó el lbro a la basura.

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