lunes, 25 de marzo de 2013

Anagramar

Por MiXenA

ir-RadiAn  LuNas de mi  piEl 

Anagramar es un vicio. Es tomar una dosis cada día sin medida justa, salta patrás y salucita diría MarioSantiagoPapasquiaro,  hacer una mezcla pa' ver qué sale, a dónde te lleva, en qué carretera paras ahora, en qué país del lejano mundo te revuelcas. Yo le reclamé muchas veces su vida, me quedaba sentada a su lado mientras intentaba vomitar o se aventaba un monólogo a la Woody el Allen. También me aprovechaba de esos ratos de azotea e inhalaba con gusto un deseo de saltar, me fumaba cigarrillos en su compañía hablando sin parar bajo su efecto, o me dormía  perdida de borracha en cualquier sillón de donde sea. Salíamos de noche y casi no podíamos regresar. 

      Cuando no estaba a su lado leía novelas Anagrama, llegué a formar una teoría nada singular. Estas novelas según yo, venían de la mano con los Doors, The Velvet Underground, Bob Dylan, et alt. Comenzabas a llevarlas bajo el brazo cuando comprabas tus cajetillas de Delicate Sound of Thunder. Estaban a tu lado descansando mientras hacías el amor a tragos de vino tinto. Te hacían ir de una a otra, aullar por la 61 y terminar en Tel Aviv o París buscando a Miller en tus sueños de una Larga Sinfonía en D. Eran una adicción cara, una necesidad absorbente, nerviosa. Lo digo con todas sus letras: leer cada novela me hacía drogarme con mayor placer y más deseo, me hacía embriagarme y tener resacas que me recordaban habitaciones del México de los 70`s o amaneceres de Frisco en los 40. Hacíamos todo y nada, hasta  casi matarnos en las calles de Neza. Andábamos boleros de un título Atroz, hasta que quedé agotada, hasta que la paranoia me agarró en un bajón sin poder decirle a nadie lo que me había metido, hasta que las lagrimas casi se me salieron del temblor que había en mi cuerpo y la taquicardia que tenía mi corazón y él no estaba.
       Tomé mis cosas y volví a mi casa, a encerrarme en un cuarto frente a la computadora, a mirar el día a través de la ventana, a cuidar un jardín que había abandonado, a bailar mejor sin él a mi lado, a beber cerveza sin perderme, a escribir poemas en los micros y dibujar en cualquier cosa. Siempre con la misma pregunta merodeandome las esquinas de mi barrio mental, ¿acaso Bang Bang y Radian son como son por leer sobre Ulises Lima y Arturo Belano, sobre Neal Cassady y Dean Moriarty? o simplemente la naturaleza crea estos seres que se posan sobre las tumbas de sus muertos aplastados por un mal hepático y de ahí avanzan hacia un México perdido, algunas veces hacia el sur, otra hacia el norte, pero siempre hacia el mismo sitio. Buscando sin encontrar nada, porque esa nada es una respuesta sencilla y crítica. Sé que mi deseo más profundo en este momento es que se vaya al norte, que no vuelva y se quede perdido en algún sitio de Sonora,  pero en realidad, yo también volví mi vida una novela anagrama. Yo soy la Novia loca de Chinaski que chocó el auto, Yo soy María Font en su cuarto de Hotel cerca de Revolución, yo soy la novia de Dean Moriarty que lo corría de la casa, yo soy la mujer que vivía en Barcelona con Belano. Y hasta soy la mexicana con la que vivió Neal Cassady. Porque al vivirlo así, tan de cerca, al dar cuenta de mí concedo el beneficio de la duda a aquellos dos hombres con los que regresé de madrugada tantas veces y por las calles vacías de personas, pero con peligros espectantes; les otorgo el valor de un facsímil rayoneado en una libreta despastada. Porque me quedo con el enigma del huevo y la gallina, a la espera de saber qué fue primero: nuestra vida o la novela, pues para escribir Jack Kerouac y Roberto Bolaño tuvieron que haber vivido, por eso ésta, más que la historia triste de una adicta con moral de redimida, es una recomendación literaria. Asomen la nariz al antiguo y el nuevo testamento, On the Road y Los detectives...

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