Por MiXena
De los suspiros algo nace
que no es la pena, porque la he abatido
antes de la agonía; el espíritu crece
olvida y llora:
algo nace, se prueba y sabe bueno,
todo no podía ser desilusión:
tiene que haber, Dios sea loado, una certeza,
si no de bien amar, al menos de no amar,
y esto es verdadero luego de la derrota permanente.
que no es la pena, porque la he abatido
antes de la agonía; el espíritu crece
olvida y llora:
algo nace, se prueba y sabe bueno,
todo no podía ser desilusión:
tiene que haber, Dios sea loado, una certeza,
si no de bien amar, al menos de no amar,
y esto es verdadero luego de la derrota permanente.
Dylan Thomas
Estuve
pensando mucho en escribir o no lo que me sigue. Hace dos día terminó mi
relación o debo aclarar que me dejaron. Este suceso lamentable de mi vida, de
la mano de argumentos absurdos pero totalmente irrebatibles como “no puedo
contra mi propia cabeza que te imagina teniendo sexo con tus amigos”, me llevó a
reflexionar sobre lo que son ahora las relaciones, ya no en un plano de la posmodernidad
y el desapego; la tecnología como mediadora de las relaciones más “reales” o
como medio distanciador del ser humano refugiándose del miedo al dolor. Dejaré en paz aquel terminajo tras el que me
he venido escudando por mucho tiempo y acreditándole la explicación más certera
del fallo, no sólo de mis relaciones, sino de la multitud de conocidos que
tengo; relegándolo a ser teoría aplicable a las novelas. No he salido de una relación que no haya
estado fuertemente amalgamada porque las relaciones rápidas y fugaces de estos
tiempos postpostmodernos son así y a la que sigue.
Lo fácil ahora, ya que hemos desgastado
aquellas excusas del “no eres tú soy yo” o “nada dura para siempre y mira qué
guapo es aquel”, es soltar el discurso persuasivo de la búsqueda de la salud
mental. No lo discuto, es lo que tanta falta hace en las relaciones segurito
que desde tiempos inmemoriales, sin embargo, lo que discuto es ese punto al que
hemos llegado en el que, no siendo capaces de luchar contra nosotros mismos y bajo
absurdos pensamientos egoístas, dejamos el amor en el bote de basura reciclable,
asumiéndonos como personas totalmente reemplazables. Que lo somos, obvio, de no
serlo juro que no me habría enamorado de él. Pero esta característica
primordial de remplazabilidad no me tiene muy convencida, es el clásico un
clavo saca a otro clavo aunque me lo pinten con palabras nuevas. Seguimos
inmersos en el plano de la objetivación del hombre, y vaya que no hemos
entendido que no somos zapatos, ni ropa o celulares.
Lo cierto es que el término, la ruptura,
la separación, llevan consigo una cosa que no me gusta llamar duelo. He ahí el
punto más fuerte para olvidarnos de la posmodernidad donde uno va de alguien a
alguien, a otro alguien. Yo lo he hecho y me doy cuenta ahora que eso no es
relacionarse, existe la posibilidad de forjar vínculos fuera del plano del
amor, ahí donde existe el amor de amigos,
porque ¡ah! cuántos son los chicos con los que me he acostado y ahora
somos mutuamente paños de lágrimas incansables. Pero lo que verdaderamente
quiero discutir es esa desconfianza que trae el mundo de todo el mundo, esa
cosa que te lleva a dejar el amor que fuiste capaz de sentir por miedo a que te
lastimen. Fascinante mundo este en el que no sólo sacrificas a quien te ama
sino a ti mismo, que te has enamorado.
No sé si es cosa generacional, pero ya
somos muchos los que vivimos el desvanecimiento de un primer sueño de amor a lo
que parece temprana edad, lo que, sin duda alguna, es la razón primera de la
falta de confianza, la no disposición al riesgo y a la vida misma, la retirada
antes de la batalla, y todo lo demás. Estos detalles que rompen las pelotas de
cualquiera, están pululando por el aire dejando miles de corazones rotos que
siguen haciendo más corazones rotos después. Y entonces, nos importa la vida
política y jodida del país, el maltrato animal, los crímenes de lesa humanidad,
y tantas cosas ante las cuales somos incapaces de actuar porque muy en la
superficie nos chinga la simple incapacidad del ser humano de jugársela en el
amor. Siguiendo así dolidos por la vida, incapaces de iniciar una
reconfiguración de la forma de relacionarnos, desde tu pareja hasta tu jefe,
pasando por el gordo que te empujó en el metro.
No hay más en nuestra cabeza que las ganas de
salvarnos a nosotros y nada más, y salvarnos implica alejarnos, alejarnos, vivir
sin vivir ciertas cosas. Lo que la posmodernidad planteaba era el resultado de
la afectación de las tecnologías, del maremoto de la modernidad minado las
relaciones humas. No obstante, ahora me doy cuenta que esto es más bien un
miedo antiquísimo a que te duela el alma. Yo propongo rasgarse las vestiduras
una y mil veces hasta quedar deshechos, lo cual posiblemente no sea necesario. Tan
sólo habría que dejar ser felices a aquellos dispuestos a rifarse la vida en el
amor y no poner el pie para que no nos tiren. Basta de cobardías, la consigan
del día y de la noche. Y aunque seguro nadie me escuchará y seguirán haciéndose
sufrir solos antes de descubrir si iba o no a haber lágrimas salidas por
“culpa” del otro, el sentido de este texto recae en un suministro de cachetadas
verbales a todo aquel que se haya largado porque no confía en su pareja sin
razón alguna, más que la desconfianza que tienen en sí mismo.
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