sábado, 21 de septiembre de 2013

Requiescat in pacem (o la salida fácil)



Por MiXena 

 De los suspiros algo nace
que no es la pena, porque la he abatido
antes de la agonía; el espíritu crece
olvida y llora:
algo nace, se prueba y sabe bueno,
todo no podía ser desilusión:
tiene que haber, Dios sea loado, una certeza,
si no de bien amar, al menos de no amar,
y esto es verdadero luego de la derrota permanente.
Dylan Thomas

Estuve pensando mucho en escribir o no lo que me sigue. Hace dos día terminó mi relación o debo aclarar que me dejaron. Este suceso lamentable de mi vida, de la mano de argumentos absurdos pero totalmente irrebatibles como “no puedo contra mi propia cabeza que te imagina teniendo sexo con tus amigos”, me llevó a reflexionar sobre lo que son ahora las relaciones, ya no en un plano de la posmodernidad y el desapego; la tecnología como mediadora de las relaciones más “reales” o como medio distanciador del ser humano refugiándose del miedo al dolor.  Dejaré en paz aquel terminajo tras el que me he venido escudando por mucho tiempo y acreditándole la explicación más certera del fallo, no sólo de mis relaciones, sino de la multitud de conocidos que tengo; relegándolo a ser teoría aplicable a las novelas.  No he salido de una relación que no haya estado fuertemente amalgamada porque las relaciones rápidas y fugaces de estos tiempos postpostmodernos son así y a la que sigue.
Lo fácil ahora, ya que hemos desgastado aquellas excusas del “no eres tú soy yo” o “nada dura para siempre y mira qué guapo es aquel”, es soltar el discurso persuasivo de la búsqueda de la salud mental. No lo discuto, es lo que tanta falta hace en las relaciones segurito que desde tiempos inmemoriales, sin embargo, lo que discuto es ese punto al que hemos llegado en el que, no siendo capaces de luchar contra nosotros mismos y bajo absurdos pensamientos egoístas, dejamos el amor en el bote de basura reciclable, asumiéndonos como personas totalmente reemplazables. Que lo somos, obvio, de no serlo juro que no me habría enamorado de él. Pero esta característica primordial de remplazabilidad no me tiene muy convencida, es el clásico un clavo saca a otro clavo aunque me lo pinten con palabras nuevas. Seguimos inmersos en el plano de la objetivación del hombre, y vaya que no hemos entendido que no somos zapatos, ni ropa o celulares.
Lo cierto es que el término, la ruptura, la separación, llevan consigo una cosa que no me gusta llamar duelo. He ahí el punto más fuerte para olvidarnos de la posmodernidad donde uno va de alguien a alguien, a otro alguien. Yo lo he hecho y me doy cuenta ahora que eso no es relacionarse, existe la posibilidad de forjar vínculos fuera del plano del amor, ahí donde existe el amor de amigos,  porque ¡ah! cuántos son los chicos con los que me he acostado y ahora somos mutuamente paños de lágrimas incansables. Pero lo que verdaderamente quiero discutir es esa desconfianza que trae el mundo de todo el mundo, esa cosa que te lleva a dejar el amor que fuiste capaz de sentir por miedo a que te lastimen. Fascinante mundo este en el que no sólo sacrificas a quien te ama sino a ti mismo, que te has enamorado.
No sé si es cosa generacional, pero ya somos muchos los que vivimos el desvanecimiento de un primer sueño de amor a lo que parece temprana edad, lo que, sin duda alguna, es la razón primera de la falta de confianza, la no disposición al riesgo y a la vida misma, la retirada antes de la batalla, y todo lo demás. Estos detalles que rompen las pelotas de cualquiera, están pululando por el aire dejando miles de corazones rotos que siguen haciendo más corazones rotos después. Y entonces, nos importa la vida política y jodida del país, el maltrato animal, los crímenes de lesa humanidad, y tantas cosas ante las cuales somos incapaces de actuar porque muy en la superficie nos chinga la simple incapacidad del ser humano de jugársela en el amor. Siguiendo así dolidos por la vida, incapaces de iniciar una reconfiguración de la forma de relacionarnos, desde tu pareja hasta tu jefe, pasando por el gordo que te empujó en el metro.
No hay más en nuestra cabeza que las ganas de salvarnos a nosotros y nada más, y salvarnos implica alejarnos, alejarnos, vivir sin vivir ciertas cosas. Lo que la posmodernidad planteaba era el resultado de la afectación de las tecnologías, del maremoto de la modernidad minado las relaciones humas. No obstante, ahora me doy cuenta que esto es más bien un miedo antiquísimo a que te duela el alma. Yo propongo rasgarse las vestiduras una y mil veces hasta quedar deshechos, lo cual posiblemente no sea necesario. Tan sólo habría que dejar ser felices a aquellos dispuestos a rifarse la vida en el amor y no poner el pie para que no nos tiren. Basta de cobardías, la consigan del día y de la noche. Y aunque seguro nadie me escuchará y seguirán haciéndose sufrir solos antes de descubrir si iba o no a haber lágrimas salidas por “culpa” del otro, el sentido de este texto recae en un suministro de cachetadas verbales a todo aquel que se haya largado porque no confía en su pareja sin razón alguna, más que la desconfianza que tienen en sí mismo.


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