By NiHiL
Cuando
Rebeca nació, el barrio ya era un desastre. Sus padres eran hijos de obreros, a
su vez hijos de obreros. Habían llegado con la segregación hacia ya casi medio
siglo. Se habían refugiado a orillas de la urbe, discriminados en las ciudades,
sólo se sentían seguros entre ellos. Con el tiempo las generaciones acumularon
rencor y empezaron a tener comportamientos hostiles con la sociedad. Eran ignorantes, eso sí lo sabían, pero no
tanto como para no darse cuenta de las injusticias en las que los obligaban a
vivir. Algunos, como los padres de Rebeca, no sabían leer ni escribir, algunos
más tenían secundaria. Por eso sus argumentos no eran tomados en cuenta. Los
mandatarios actuaban como si estuvieran tocados por la razón divina, y los
otros fueran una especie de pigmeos ineptos. La gente no entendía todas esas
leyes y sus términos rebuscados. Se les hostigaba imponiéndoles el silencio por
ignorantes, pero a la hora de las elecciones era a la inversa, aunque se
estuviera en total oscurantismo, pero si no votas te callas.
En
ocasiones algunos quisieran defenderlos, hacer su labor comunitaria y ayudar a
los débiles, sacarlos de su ignorancia. Lo cierto es que ellos también pecan de
apatía, de indiferencia y holgazanería. Su indiferencia, es la ignorancia.
Con todo y
los hábitos viciosos, la carencia de modales y las “malas mañas”, los padres de
Rebeca lograron mandarla a la preparatoria y ya tenían los ahorros para el
momento de entrar a la universidad. Ella con ayuda de sus clases de sociales y
humanidades, había formado ya su propio aparato crítico. Pero la realidad era que esos conocimientos
muy poco le habían servido en la práctica. Desde muy pequeña sus padres le
habían enseñado a guiarse con el sentimiento, a diferenciar el bien del mal con
el corazón, yolotl (fíjese no ‘más, tan
inocentes criaturas).
Pero como
eran muy ignorantes y no sabían hablar bien español, no les escuchaban cuando querían
decir algo. Su única alternativa era alzar su voz, protestar, reclamar. Ellos
no querían violentar, sólo actúan de acuerdo a su naturaleza, de la misma forma
que actuaríamos cualquiera de nosotros, porque todos somos animales. Ante
iniciativas agresivas que rebasan el intelecto y amenazan la integridad, es
consecuente que la angustia y el temor nos lleven a huir cobardemente o
arremeter valientemente. No se cual de las dos opciones es más fatal, pero se
bien cual es más ridícula.
Rebeca sólo
se unía a la protesta de su gente, gritaba las consignas al tiempo que
marchaba. Algunos individuos de sectores más afectados o simplemente más
radicales empezaron a arrojar piedras al Parlamento. Levantaban palos mientras
el rugido de la multitud se elevaba en el aire haciendo estremecer los escudos
de la Guardia Nacional. La inercia de la situación, sumada a la rabia acumulada
en el pecho de Rebeca, la llevo a impulsar sus propias rocas hasta los cuerpos
de los cuerpos de los uniformados y romper ventanas del magno edificio. Su
garganta se convulsionaba vituperando a los traidores que defendían al opresor.
Las
agencias de investigación habían colocado provocadores en las filas disidentes
y se habían encargado de localizar a los dirigentes, sobre de quienes ya
giraban distintas ordenes de aprehensión. Se les acusaba de ataques a las vías
de la comunicación, daños en propiedad privada, vínculos con el crimen organizado,
incitación a la rebeldía.
Este ultimo
“delito” es el modo más antiguo que se ha usado contra los inconformes. A las mentes rebeldes, a las almas
irreductibles, a los espíritus libres, siempre cuestionantes de las reglas
humanas, buscando la verdadera esencia del mundo, siempre se les ha acusado de
incitar al pueblo a la rebeldía. El
primero en ser acusado y sentenciado a muerte por ese crimen ha sido Sócrates.
El pensador griego tuvo que enfrentarse a los abogados del Estado quienes lo
acusaban de corromper a los jóvenes y negar a los dioses. El inquieto ateniense
salía por las calles a preguntarle al artesano, al militar, al político, al
esclavo, a la mujer y a todo el que se le cruzara sobre el amor, el hombre, la
verdad, la belleza y no encontraba en ninguna respuesta razón suficiente para
creerlo necesariamente. Saber tanto le
hacia dudar de lo que ya sabía y eso mismo lo transmitía a los jóvenes, por eso
se le acusaba de pervertir a la juventud. Él sólo buscaba descubrir esa ley
divina o naturaleza, la esencia que trasciende a todas las irrisorias leyes
humanas.
Después ha
sido Jesús quien fue perseguido. Incluso expresa que su reino no es de este
mundo, rechaza banales monedas de oro.
Se le crucifica por predicar la paz, por enseñar la palabra misericorde,
se le acusa de incitar a la subversión, es otro rebelde. Así, todos los nobles luchadores que combaten
las injusticias en busca de un mundo mejor, se han de convertir en vándalos,
agresores, peligros sociales cuando su propósito se tergiversa por la “criminalización
de la protesta”.
Rebeca
caminaba entre el contingente cuando un grupo de policías dividieron la
manifestación. Usaban la técnica de la extracción para levantar manifestantes. El procedimiento consistía en formar un círculo
con tres policías dentro. Paso a paso se iban acercando al sujeto que se convertía
en su objetivo, cuando este arremetía, el círculo de policías se abría, los que
estaban dentro saltaban de su acecho absorbiendo al individuo al interior donde
era sometido para posteriormente ser remitido. Unos corrieron, otros se
juntaron, resistieron. La impotencia de ella se tradujo en rabia y se
accionaron las palancas de la violencia. Hay disturbios, momento de confusión,
jaloneos, la chica desapareció. Se la llevaron, la están subiendo a un vehículo
que no es una patrulla ni tiene placas, tiene el rostro inundado de sangre.
La gente
del otro lado del televisor ve el noticiero mientras engulle insípidos alimentos
que consume en un restaurante ubicado en medio de una zona de oficinas
administrativas. Cuando presumen las imágenes de la brutalidad policial
argumentando la captura de terroristas, un grito eufórico se le escapa a
alguien, “que bien, que los encierren y los dejen ahí toda su vida, o los
maten, eso y más se merecen”. El establecimiento recibió el comentario con
júbilo.
Un loco que
se encontraba en algún rincón del lugar exclamo con la boca llena de sarcasmo:
“”Entonces
también deberíamos sacar a todos nuestros héroes de los libros de historia, al
cura Hidalgo lo deberíamos excomulgar por levantar a un pueblo en armas y
exigir justicia. Las imágenes de Zapata las deberíamos quemar en hogueras,
también se levanto en armas, y no se diga de aquel delincuente Pancho Villa,
que se burlo de los mejores estrategas militares del Estado. No creo que hallan
hecho la revolución conformados con sus mediocres trabajos, soportando abusos.
Hicieron destrozos. Nuestros héroes son vándalos. ”
Se levanto
bruscamente, saco una pipa de madera de la gabardina, se dirigió hacia la
salida. Una vez en la puerta se detuvo, dio media vuelta y dirigió con
elegancia a los comensales:
“Por
cierto, el servicio aquí es desdeñable y la comida es repugnante”.
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