viernes, 5 de abril de 2013

Orden de aprehensión.


By NiHiL


Cuando Rebeca nació, el barrio ya era un desastre. Sus padres eran hijos de obreros, a su vez hijos de obreros. Habían llegado con la segregación hacia ya casi medio siglo. Se habían refugiado a orillas de la urbe, discriminados en las ciudades, sólo se sentían seguros entre ellos. Con el tiempo las generaciones acumularon rencor y empezaron a tener comportamientos hostiles con la sociedad.  Eran ignorantes, eso sí lo sabían, pero no tanto como para no darse cuenta de las injusticias en las que los obligaban a vivir. Algunos, como los padres de Rebeca, no sabían leer ni escribir, algunos más tenían secundaria. Por eso sus argumentos no eran tomados en cuenta. Los mandatarios actuaban como si estuvieran tocados por la razón divina, y los otros fueran una especie de pigmeos ineptos. La gente no entendía todas esas leyes y sus términos rebuscados. Se les hostigaba imponiéndoles el silencio por ignorantes, pero a la hora de las elecciones era a la inversa, aunque se estuviera en total oscurantismo, pero si no votas te callas.

En ocasiones algunos quisieran defenderlos, hacer su labor comunitaria y ayudar a los débiles, sacarlos de su ignorancia. Lo cierto es que ellos también pecan de apatía, de indiferencia y holgazanería. Su indiferencia, es la ignorancia.

Con todo y los hábitos viciosos, la carencia de modales y las “malas mañas”, los padres de Rebeca lograron mandarla a la preparatoria y ya tenían los ahorros para el momento de entrar a la universidad. Ella con ayuda de sus clases de sociales y humanidades, había formado ya su propio aparato crítico.  Pero la realidad era que esos conocimientos muy poco le habían servido en la práctica. Desde muy pequeña sus padres le habían enseñado a guiarse con el sentimiento, a diferenciar el bien del mal con el corazón, yolotl (fíjese no ‘más, tan inocentes criaturas).

Pero como eran muy ignorantes y no sabían hablar bien español, no les escuchaban cuando querían decir algo. Su única alternativa era alzar su voz, protestar, reclamar. Ellos no querían violentar, sólo actúan de acuerdo a su naturaleza, de la misma forma que actuaríamos cualquiera de nosotros, porque todos somos animales. Ante iniciativas agresivas que rebasan el intelecto y amenazan la integridad, es consecuente que la angustia y el temor nos lleven a huir cobardemente o arremeter valientemente. No se cual de las dos opciones es más fatal, pero se bien cual es más ridícula.

Rebeca sólo se unía a la protesta de su gente, gritaba las consignas al tiempo que marchaba. Algunos individuos de sectores más afectados o simplemente más radicales empezaron a arrojar piedras al Parlamento. Levantaban palos mientras el rugido de la multitud se elevaba en el aire haciendo estremecer los escudos de la Guardia Nacional. La inercia de la situación, sumada a la rabia acumulada en el pecho de Rebeca, la llevo a impulsar sus propias rocas hasta los cuerpos de los cuerpos de los uniformados y romper ventanas del magno edificio. Su garganta se convulsionaba vituperando a los traidores que defendían al opresor.

Las agencias de investigación habían colocado provocadores en las filas disidentes y se habían encargado de localizar a los dirigentes, sobre de quienes ya giraban distintas ordenes de aprehensión. Se les acusaba de ataques a las vías de la comunicación, daños en propiedad privada, vínculos con el crimen organizado, incitación a la rebeldía.

Este ultimo “delito” es el modo más antiguo que se ha usado contra los inconformes.  A las mentes rebeldes, a las almas irreductibles, a los espíritus libres, siempre cuestionantes de las reglas humanas, buscando la verdadera esencia del mundo, siempre se les ha acusado de incitar al pueblo a la rebeldía.  El primero en ser acusado y sentenciado a muerte por ese crimen ha sido Sócrates. El pensador griego tuvo que enfrentarse a los abogados del Estado quienes lo acusaban de corromper a los jóvenes y negar a los dioses. El inquieto ateniense salía por las calles a preguntarle al artesano, al militar, al político, al esclavo, a la mujer y a todo el que se le cruzara sobre el amor, el hombre, la verdad, la belleza y no encontraba en ninguna respuesta razón suficiente para creerlo necesariamente.  Saber tanto le hacia dudar de lo que ya sabía y eso mismo lo transmitía a los jóvenes, por eso se le acusaba de pervertir a la juventud. Él sólo buscaba descubrir esa ley divina o naturaleza, la esencia que trasciende a todas las irrisorias leyes humanas.

Después ha sido Jesús quien fue perseguido. Incluso expresa que su reino no es de este mundo, rechaza banales monedas de oro.  Se le crucifica por predicar la paz, por enseñar la palabra misericorde, se le acusa de incitar a la subversión, es otro rebelde.  Así, todos los nobles luchadores que combaten las injusticias en busca de un mundo mejor, se han de convertir en vándalos, agresores, peligros sociales cuando su propósito se tergiversa por la “criminalización de la protesta”.

Rebeca caminaba entre el contingente cuando un grupo de policías dividieron la manifestación. Usaban la técnica de la extracción para levantar manifestantes. El procedimiento consistía en formar un círculo con tres policías dentro. Paso a paso se iban acercando al sujeto que se convertía en su objetivo, cuando este arremetía, el círculo de policías se abría, los que estaban dentro saltaban de su acecho absorbiendo al individuo al interior donde era sometido para posteriormente ser remitido. Unos corrieron, otros se juntaron, resistieron. La impotencia de ella se tradujo en rabia y se accionaron las palancas de la violencia. Hay disturbios, momento de confusión, jaloneos, la chica desapareció. Se la llevaron, la están subiendo a un vehículo que no es una patrulla ni tiene placas, tiene el rostro inundado de sangre.


La gente del otro lado del televisor ve el noticiero mientras engulle insípidos alimentos que consume en un restaurante ubicado en medio de una zona de oficinas administrativas. Cuando presumen las imágenes de la brutalidad policial argumentando la captura de terroristas, un grito eufórico se le escapa a alguien, “que bien, que los encierren y los dejen ahí toda su vida, o los maten, eso y más se merecen”. El establecimiento recibió el comentario con júbilo.

Un loco que se encontraba en algún rincón del lugar exclamo con la boca llena de sarcasmo:
“”Entonces también deberíamos sacar a todos nuestros héroes de los libros de historia, al cura Hidalgo lo deberíamos excomulgar por levantar a un pueblo en armas y exigir justicia. Las imágenes de Zapata las deberíamos quemar en hogueras, también se levanto en armas, y no se diga de aquel delincuente Pancho Villa, que se burlo de los mejores estrategas militares del Estado. No creo que hallan hecho la revolución conformados con sus mediocres trabajos, soportando abusos. Hicieron destrozos. Nuestros héroes son vándalos. ”

Se levanto bruscamente, saco una pipa de madera de la gabardina, se dirigió hacia la salida. Una vez en la puerta se detuvo, dio media vuelta y dirigió con elegancia a los comensales:

“Por cierto, el servicio aquí es desdeñable y la comida es repugnante”.

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