sábado, 18 de julio de 2015

Mujer de contratiempo


    Nota para oídos sordos                                                                                                                                                              

                                                                                                                                                                   Hay día en que me desmorono
como la sobra de una viuda
arruinada…
Real de Catorce

Y esos días no son días cualquiera, aunque algunos así lo parezcan. Son días de historias destazadas por dolores y miedos que se clavan en el corazón y las arterias como si las agujas de una jeringa infecta te dieran el colocón definitivo: the last trip…
Esta vieja historia comienza en cualquier vagón de lo que sea que ande en esos subterráneos del DF acongojado, húmedo y frío; es la misma historia triste y arrugada que llevo contando desde el día en que tuve una especie de muerte a contra tiempo. Allá en aquellos años donde mi juventud pintaba arcoíris en unos ojos que siguen prendidos,  pero lejos, en una oscuridad que parpadea y es la misma que me contiene. Esta historia le pertenece a toda mujer que tenga tangerina en algún lado de la memoria: en su suéter desgastado, en su cabello, en sus labios. Pero esta historia, que cualquier película pudo retratar, tiene no dos finales, sino un eje por el que andas dos carriles paralelos.
En aquel filme, que para estas alturas ya sabrán a cuál me refiero, en esa escena me perdí, sentí como me desvanecía, como se apagaba un corazón que decía amarme, cómo una máquina succionaba mi perpetum movile re-cordum, ahí la oscuridad de una canción triste se convirtió en todas las notas lacerantes de cada día en mis oídos. Me hundí un rato en la superficie de la vida y anduve pasos con sentido abstracto, si eso existe.
Dije muchos «nos» esperando el momento de salir de mi remoto universo de mentiras. Anduve calles y recuerdos buscando que dejaran de dolerme en la conciencia. Recobré ánimos, ganas de tener unos labios con nombre y apellido entre los míos. Luz en una mirada que apagarán las anfetas, y seguía escuchando la misma canción. Hasta que cometí otro tropiezo.
A veces uno cae en blandito, eso dice cuando menos aquella vieja expresión cuyo origen no logro imaginarme. Este caer me compuso las piernas, enderezó un corazón tuerto que poseían mis adentros, compuso el mecanismo de defensa que fallaba a cada trecho de mi andar y reanimó una imaginación, que si no apagada, había sufrido daños en el sistema nervioso central y chorreaba paranoias.
Ahí conocí la otra línea narrativa de mi película de cabecera. Llegado su momento supe por qué la canción decía everybody gonna learn sometimes. Se me dio la lección más importante de estos días de lluvia y a veces calor. Pasa, muy seguido quizá, que los recuerdos de cualquier cosa son selecciones meticulosas de lo más conveniente para el corazón y la cabeza. Yo había olvidado cierto final que cayó como sobresalto a media noche en calle solitaria: vamos a pelear, vamos a estar mal, -y aquí agrego mis propios votos- vamos a llorar de vez en cuando, sobre todo porque me es difícil no hacerlo; vamos a sentirnos incómodos y tremendamente asustados; vamos a querer correr entre avenidas vacías y de noche, pero solos; vamos a olvidar promesas hechas al calor de las sábanas que nos ven amarnos; quizá destruyas mi corazón poco a poquito y sin quererlo; con la mínima posibilidad de que jamás llegues a confiar en mi andar de gato despistado. Pero, aunque la lista de pecados, hechos y deshechos cósmicos, sea más creciente que mis años, no me queda más que decir que yo… que vas poblando mis historias de metro de todos los días, mis sueños de colores sin sustancia elemental o droga alguna, te voy regalando mis enseres de muñeca mal parida para que veas que aunque mi pierna esté chueca y mi ojo se vaya de vacaciones aquí en el torcido corazón de esta vaca mal alimentada hay un amor que se cocina entre las plantas de tus pies y se diluye en tus sudores…
En el final del camino yo no puedo asegurarte luz alguna, jamás he llegado hasta ese sitio, no puedo, ni siquiera, asegurarte un final, eso me lleva a no poder asegurarte nada… Cada cosa se construye de elementos que no son fundamentales sino hasta que el todo está hecho, entonces sí, quitar una pieza es peligroso. Te preguntarás a qué vienen todas estas palabras sin sentido práctico. No tengo ni idea. Tan sólo he querido vomitar tecleos entre tus ojos para que no te olvides que ando escribiendo una historia de mi vida donde te escogí para actuar; que no hay corazón más roto que el de alguien que está muerto y yo puedo sentir tu respiración negando esto. Entonces te pido que salgas de tus terrores y te subas al camión que llega al cruce de caminos, ese punto legendario donde se clavan muchos mitos, incluso, que en las noches de tormenta y ebriedad, el diablo te aborda de repente… cambiemos el sentido… para bailarte la canción de la sensualidad y contarte la vieja historia del destino. Por hoy no hay más, quizá en un mañana de mareos esenciales, surjan prosas más pulidas, destellos de una vida que madura y no recuerda como hilo de dolor que no te cose.

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