Por Mixena
Caminábamos por una calle ancha y medio
oscura, en ella vivía uno de sus mejores amigos; íbamos directo a la tienda
donde los veríamos a todos. La atmósfera era tan cálida a pesar de lo frío de
la noche. Nuestros primeros pasos en la oscuridad del tiempo juntos. Comimos
algo, fuimos por un encendedor, hablábamos de Pink Floyd, de Echos, Fumamos en la esquina de la calle
y todo comenzó a flotar. Esa noche caímos a un bar, fumamos un poco más antes
de entrar y bebimos unos tarros: tocamos las estrellas literalmente. En casa de
otro de sus amigos hicimos el amor en el viejo sillón rojo y roto donde
solíamos dormir algunas veces mientras.
Por la mañana salimos rumbo a donde
yo no conocía. Un lugar lleno de árboles y niños. Tomamos el tren, sólo por las
vías, subimos a un columpio con campanas que sonaban mientras nos besábamos al
mecernos. Tomó fotos que sólo notros recordamos. Aún tenía alas y el habla
sobre fantasía. Luego de ácido, terminamos en el pasto de la Alameda Oriente a
un lado de los go cars. Me cantó Exit music for a film bajo un paraguas rojo con una
ventana transparente que me dejaba ver su alma, la mejor lulaby que he escuchado en todos mis oídos. Le regalé una mariguana
en un tubo de ensaye envuelto por el infinito espiral de las palabras. Destrozó
el disco de Black Rebel en un aullido de aguardiente. Le entregué mis pasos que
fueron creciendo hasta llegar donde sus brazos. Le escribía palabras en
pequeños papelitos casi todos los días. Pero algo se falló en el mecanismo de
la vida. Besó una mujer y yo… ya todos sabemos lo que hice yo, parada
tranquilamente mientras todo ocurría, como si no supiera que lo estaba viendo,
como si aquello fuera una travesura. Lloramos. Lloré, no puedo asegurar que él
lo hicieras, largas noches por no estar a su lado, drama pueril, ahora lo creo,
pero lo recuerdo como el primer gran dolor de mi vida y de mi cuerpo.
Tras unos meses,
muchos, tantos, unos que otros, dicen, nos encontramos porque yo quería que
aquello pasara, como si todo fuera una casualidad de aquellas que enamoran en
las películas. Yo sé que el escuchaba día y noche la canción de Grand Funk. “Qué
tiene mayo que siempre nos separa”, me dijo en una carta. Vinieron días nublados
y fríos en los que yo podía tener más calor. Lo visité cada domingo, mientras intentaba
escapar por los barrotes de la ventana. Mirando la peña, único paisaje desde el
anexo, deseaba estar libre tras de ella y en mi cama. Sufrió, supongo, yo no sé
lo que sentí. Recuerdo cada movimiento de ese blues encarcelado y sobre todo
cada lágrima que derramaba, mezcla de felicidad y dolor. Fue mi culpa, lo
acepto. Después de tanto tiempo hoy lo acepto. Luego salió libre y nos
encontramos en aquel pasillo largo de una facultad donde nos conocimos, corrí a
abrazarlo, a besarlo. Estaba bastante flaco.
Luego vinieron
las pesadillas, sin que pueda decir bien por qué. Y después de tantos
tormentos, de una eterna historia fisurada, de malos, malos momentos. De un
lente de contacto perdido en la plancha del zócalo, de mi raspón de las
rodillas oculto bajo los pantalones, de rasguños en sus manos que quedaron
sangrando, cicatrices que el tiempo quitaría; de un retorno con promesas sin
cumplir, de otra tormenta diferente, pero igual. De la apatía rondando su
cabeza y devorando su cuerpo, de mi ser fastidiado de personas intentando
vanamente conseguir satisfacción. Y después…
después nada. Volvimos, no obstante, nada regresó con nuestros cuerpos. Una
noche en el parabús, sola, sin lluvia, con mi cuerpo cansado, simplemente tomó
sentido algo que tanto había escuchado en un disco bastante triste y entonces,
pude habérselo dicho, pero algo me lo dijo a mi: Por qué paras? Y brotaron lágrimas de nuevo, porque yo exigía
canciones, poemas, letras, caricias, amor y pequeñas dosis de ternura, promesas
que no fueran falsas, ilusiones rescatadas y bien sostenidas, miradas apacibles
y no sólo halagos en medio de la ebriedad de su pensamiento ahogado de licor. Y
cuándo lo hacía yo. Estaba congestionada. Ya no me salía, ni siquiera lo
intentaba demasiado, era vano, sólo palabras tristes. Rencor guardado bien
adentro. Porque no tenía que pedir nada, ni a ruegos, ni con lágrimas, quizá
porque sin cuestionármelo fui quien se detuvo primero. Quién paró a quién, en
realidad no tengo idea. Tan sólo estoy una vez más en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Con
retazos de canciones que hacen un sólo bolero y preguntándome por qué paré. Y me he preguntado por qué otra vez estoy
pensando en ti.
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