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jueves, 30 de julio de 2015

Por qué paras? Vamos!



Por Mixena


Caminábamos por una calle ancha y medio oscura, en ella vivía uno de sus mejores amigos; íbamos directo a la tienda donde los veríamos a todos. La atmósfera era tan cálida a pesar de lo frío de la noche. Nuestros primeros pasos en la oscuridad del tiempo juntos. Comimos algo, fuimos por un encendedor, hablábamos de Pink Floyd, de Echos, Fumamos en la esquina de la calle y todo comenzó a flotar. Esa noche caímos a un bar, fumamos un poco más antes de entrar y bebimos unos tarros: tocamos las estrellas literalmente. En casa de otro de sus amigos hicimos el amor en el viejo sillón rojo y roto donde solíamos dormir algunas veces mientras.
Por la mañana salimos rumbo a donde yo no conocía. Un lugar lleno de árboles y niños. Tomamos el tren, sólo por las vías, subimos a un columpio con campanas que sonaban mientras nos besábamos al mecernos. Tomó fotos que sólo notros recordamos. Aún tenía alas y el habla sobre fantasía. Luego de ácido, terminamos en el pasto de la Alameda Oriente a un lado de los go cars. Me cantó Exit music for  a film bajo un paraguas rojo con una ventana transparente que me dejaba ver su alma, la mejor lulaby que he escuchado en todos mis oídos. Le regalé una mariguana en un tubo de ensaye envuelto por el infinito espiral de las palabras. Destrozó el disco de Black Rebel en un aullido de aguardiente. Le entregué mis pasos que fueron creciendo hasta llegar donde sus brazos. Le escribía palabras en pequeños papelitos casi todos los días. Pero algo se falló en el mecanismo de la vida. Besó una mujer y yo… ya todos sabemos lo que hice yo, parada tranquilamente mientras todo ocurría, como si no supiera que lo estaba viendo, como si aquello fuera una travesura. Lloramos. Lloré, no puedo asegurar que él lo hicieras, largas noches por no estar a su lado, drama pueril, ahora lo creo, pero lo recuerdo como el primer gran dolor de mi vida y de mi cuerpo.  
Tras unos meses, muchos, tantos, unos que otros, dicen, nos encontramos porque yo quería que aquello pasara, como si todo fuera una casualidad de aquellas que enamoran en las películas. Yo sé que el escuchaba día y noche la canción de Grand Funk. “Qué tiene mayo que siempre nos separa”, me dijo en una carta. Vinieron días nublados y fríos en los que yo podía tener más calor. Lo visité cada domingo, mientras intentaba escapar por los barrotes de la ventana. Mirando la peña, único paisaje desde el anexo, deseaba estar libre tras de ella y en mi cama. Sufrió, supongo, yo no sé lo que sentí. Recuerdo cada movimiento de ese blues encarcelado y sobre todo cada lágrima que derramaba, mezcla de felicidad y dolor. Fue mi culpa, lo acepto. Después de tanto tiempo hoy lo acepto. Luego salió libre y nos encontramos en aquel pasillo largo de una facultad donde nos conocimos, corrí a abrazarlo, a besarlo. Estaba bastante flaco.
Luego vinieron las pesadillas, sin que pueda decir bien por qué. Y después de tantos tormentos, de una eterna historia fisurada, de malos, malos momentos. De un lente de contacto perdido en la plancha del zócalo, de mi raspón de las rodillas oculto bajo los pantalones, de rasguños en sus manos que quedaron sangrando, cicatrices que el tiempo quitaría; de un retorno con promesas sin cumplir, de otra tormenta diferente, pero igual. De la apatía rondando su cabeza y devorando su cuerpo, de mi ser fastidiado de personas intentando vanamente conseguir satisfacción.  Y después… después nada. Volvimos, no obstante, nada regresó con nuestros cuerpos. Una noche en el parabús, sola, sin lluvia, con mi cuerpo cansado, simplemente tomó sentido algo que tanto había escuchado en un disco bastante triste y entonces, pude habérselo dicho, pero algo me lo dijo a mi: Por qué paras? Y brotaron lágrimas de nuevo, porque yo exigía canciones, poemas, letras, caricias, amor y pequeñas dosis de ternura, promesas que no fueran falsas, ilusiones rescatadas y bien sostenidas, miradas apacibles y no sólo halagos en medio de la ebriedad de su pensamiento ahogado de licor. Y cuándo lo hacía yo. Estaba congestionada. Ya no me salía, ni siquiera lo intentaba demasiado, era vano, sólo palabras tristes. Rencor guardado bien adentro. Porque no tenía que pedir nada, ni a ruegos, ni con lágrimas, quizá porque sin cuestionármelo fui quien se detuvo primero. Quién paró a quién, en realidad no tengo idea. Tan sólo estoy una vez más en el lugar de siempre, en la misma ciudad y con la misma gente. Con retazos de canciones que hacen un sólo bolero y preguntándome por qué paré. Y me he preguntado por qué otra vez estoy pensando en ti.

domingo, 26 de julio de 2015

Éste es mi segundo intento



Por Mixena

Por fin he hallado una la cita que me dice algo. Ya no me siento invadida por mis relaciones interpersonales y, al escribir, mis trazos ya parecen letras y no simples rayones incontrolables que se deslizan sobre una hoja de papel, queriendo decir algo amontonado de imágenes e ideas sin surja que nada claro.
Es el momento, y es que llevo meses pensando que todo es tan subjetivo. A alguien la muerte le sabe a arena y yo siento que desdeña al triste ser humano, y qué es lo humano, ya lo hemos cuestionado. Cada quien tiene su respuesta y sostiene una posición. Así, en alas incesantes de movimientos destellados de verdades dudosas y certezas de la subjetividad encuentro esto: “Jasper…sabe que no podemos llegar a nada que trascienda del juego mortal de las apariencias”. Entonces recuerdo aquella tarde en el C-C y este momento me sabe a naranja; alguien que sólo yo sé quién es me dio un libro, señaló un párrafo que parafraseo: la realidad no es tan plana como un físico, un químico, un biólogo o un “hombre de ciencias exactas te la puede explicar”. Hay otros puntos, otros planos, otras realidades por descubrir (lamento no recordar qué libro era pero me dejó el sabor exacto de sandía con limón. Justo lo que quería escuchar). Enseguida recuerdo, invadida por un sabor a chocolate, desplazado por la salivación que revuelca un sabor a caramelo rojo, rojo dulce en realidad, a L, imagen creada, con su manita extendida y su cara ácida sosteniendo una abeja en su palma oculta por cinco dedos, un momento que apareció chispeante intercalado en una realidad. O los ojos de A sobre mi cama, cerca de los míos haciéndome sentir que mi cuerpo levita sólo por respirar frente a frente; mientras sentada en un sillón, recuerdo que no es un recuerdo, sino un sueño que tuvimos los dos, otro rayo de una distinta realidad atravesado en ésta, duplicada en puntos inexactos del universo.
Removiendo visiones, enredando y destejiendo hilos de historias, es como sé que no quiero un cochecito ni un traje con olor a monotonía que se ensucie el viernes mientras en el bar de la esquina siento que soy libre bailando con el cerebro apagado. Prefiero ponerme un pantalón cualquiera, mis siempre tenis rojos y disfrutar de un sabor a color café. Cerrar los ojos y abrir la boca, sentir un sabor resbaloso, pero no baboso, que me deja con curiosidad y envuelta en éxtasis mientras camino por las calles con tu ojo izquierdo girando entre mi lengua. Luego de unos pasos, aparéceseme un nuevo escenario, con algo corriendo por mis venas y llegando a todo rincón de mi cuerpo decido correr a media calle enredada en euforia de blanco adormecer, me detengo para mirar a mi alrededor y ya todo está oscuro, sé que quizá no debería estar aquí, no es lo que pasa generalmente en mi vida por las noches, me río. Siento venir sus manos en un abrazo que hace ¡pooop! en mi espalda y mi cerebro. Mientras me veo moverme dentro de sus pupilas, miramos las estrellas aparecer en el cielo una por una. Respiro y no hay sustancia alguna; le voy dando pequeños besos en el paladar parada sobre su lengua húmeda, al tiempo que decide snifarme y ya dentro de su cuerpo me reproduzco en una pequeña explosión llenándole de besos por dentro, un cosquilleo que despierta todos tus sentidos. O si miro para otro lado, descubro un caos en libertonia, mientras mi carnal pone la Traviata. Decido, a veces uno tiene que decidir a toda hora, entonces decido que en lugar de ser el personaje oscuro y mal maquillado que va todos los días al café, en un espacio aburrido y predecible de la noche, que pide siempre el mismo tipo de bebida; la que quizá, a veces supongo mientras lo miro, le sabe a lo que sabe que sabe, sin distinguir lo nuevo, lo diferente de cada día, partículas extrañas que su lengua despertando de un letargo debería de sorber.
Y si lo que hay no es siempre lo que es, y lo que es no es siempre lo que ves, degusto sus caderas y su cintura morena, arenosa, calida, envuelta y envolvente, la tomo de la mano por las calles del centro mientras admiro su caminar despreocupado y beso sus delgados labios, me pierdo en su oloroso cabello de espiral truncado cayendo por mi cara, la beso mientras reconozco uno que otro lunar contante de su piel. No me escondo tras una puerta bastante clara y al mismo tiempo creíblemente opaca que no deja mirar a los seres andantes de mis pasillos diarios de la vida, por que seguro quien quiera mirar más allá de su nariz, reconocerá lo transparente de mi ser, de modo que para qué insinúo lo que soy y luego niego serlo si me derrito al tiempo que me besa tras la oreja y sobre mí siento sus pechos dulces y perfectos para mis manos, que inquietas los describen.
Pero el momento se agota, entonces, disfruto parada tras el mostrador, mirando unos ojos de felino escondidos en rasgos momentáneos humanos, del Our love to admire de Interpol, mientras descubro que pioneer to the falls, son gotas cayendo una tras otra tan lento como sea posible para mirar y distinguir su forma, gotas que poco a poco se convierten en una tormenta que te estruja por dentro, te eriza la piel y te deja a medio suspiro, apretando los ojos mientras con desesperación te sientes lluvia. Despierto con un sobre salto y siento un grito salir de mis entrañas cuando por primera vez escucho la corte del rey carmesí de King Crimson, y mis ojos se expanden en mi cara mientras me enredo en el oído del sujeto rosado de la portada, sin decir nada.
Me río cuando veo la cantidad de publicidad de la que estamos rodeados. Me parece estúpido cuando veo el mismo comercial transmitido una y mil veces en una pantalla de televisión que cuelga a medio pasillo del metro. Cero que ya sólo enajenan a las personas, de quienes cuya respuesta no me sorprende: miran la pantalla, ya condicionados, porque la reconocen Televisión, ¡oh dios de cada aldea subdesarrollada! Sospecho, entonces, que hay una complicidad en el absurdo del día. Siento que el cerebro se les desconecta mientras bailan en un lugar horrible, donde además la cerveza es cara y a ellos lo único que les importa es consumir, al mismo tiempo que se pierden en un eterno retorno del mismo movimiento sin darse cuenta de que las cinco canciones que ya escucharon tienen el mismo ritmo plano e insubstancial bajo la misma letra pendeja que nada más habla de sexo sin sentido. Por eso si él, el que sea, prefiere tener sexo con una mujer, disfrutando de su piel y recorriendo su figura dibujando su cuerpo ya trazado, merece un ¡a huevo! Desde el fondo de mi voz que no me produce aquel que despertó con dolor de cabeza, quién sabe donde con quién sabe quién, y que solamente sintió una efímera descarga eléctrica en su cerebro, en lugar de un continuo erizar de la piel, un ahogo placentero que te hace que te retuerzas.
No pongo mi mirada en un recién nacido ignorando la dulcemente negra tentación de morir, como si fuera la imagen de la esperanza de la vida. Yo que putas sé lo que está pensando o en qué se va a convertir, tal vez siga los mismos pinches patrones de conducta de los demás seres color gris. Para qué los ojos de un recién nacido si yo tengo los míos, y tengo mi propia vida, además el proceso de lo que le pase a mis ojos me dejará la sensación de mi cuerpo reconociendo. Para qué decir que disfruto de cada segundo de vida, una pinche apariencia más, cuántos de los que han dicho esto tantas veces no se han sentido de la verga cuando menos una vez. Los segundos son tan rápidos, tan efímeros, tan intangibles, el tiempo es irreductible, el tiempo en números es plano, anclaje puro dice O.
Prefiero disfrutar cuando mi lengua percibe sabores a color, cuando huelo la humedad, cuando escucho sus movimientos y al correr de sus caricias por mi cintura yo siento pequeños pasos en mi nariz de tus dedos placenteros. Sí, la vida es absurda ya lo sé, y si se queda así es porque tú quieres, lo digo y lo sostengo. Vivir con el pleno conocimiento de lo absurdo no implica ceñirse a su inefable desmoronamiento de toda esperanza de vida, esa tampoco existe. Mejor pateo lo absurdo de este incesante movimiento de vida, la tuya o la mía, y mientras lo miro con desprecio y aburrimiento me quedo con cada caricia, un sentir diferente que hay que reconocer, recupero los sabores y mi lengua se retuerce en amarillo mientras digo para mis adentros cavernosos: a la chingada las apariencias y lo que dicen que está mal, me importa un comino las convencionalidades y sostengo que todo es subjetividad, mientras me cuestiono si llegará algún día la anagnórisis de la vida.




viernes, 27 de febrero de 2015

Manual de sobrevivencia para el alcohólico precavido

Por: Sebastián Éle

“Si te esfuerzas puedes desaparecer”. Recuerdo que esa era la premisa bajo la cual unos camaradas y yo bebimos a diario durante varios meses. En realidad, no más de dos o tres. Nadie hubiera podido aguantar. Era necesario parar. Eventualmente. Conscientemente. Forzosamente. Para luego continuar.
¿Cómo parábamos? De diferentes formas. Necesitábamos botellas de alcohol puro. De 96. Del azul. El rojo es destilado de madera y su uso es industrial, o sea que es veneno. Una caja de bolsitas de té. Medio kilo de azúcar. Una chancla de plástico y mucha paciencia. Había que cortar la peda: preparar Generosas (putazos de alcohol entintados con té de manzanilla, un chingo de azúcar, y empoderados por oraciones).
El riesgo es alto. La muerte aletea enloquecida como abejorro entre cuatro paredes. Cuando sobreviene el tremor y comienzan los delirios y las convulsiones, lo más importante es cuidar la lengua del borracho, no dejar que se asfixie con ella. La chancla ayuda a este propósito, además de que protege la dentadura: se introduce horizontal entre las dos hileras de dientes, sirve como mordedera y evita mucha sangre. Al mismo tiempo hay que distraer al ebrio de sus delirios, negárselos, suministrar todo el alcohol que absorba el ombligo y encomendarse a algún santo para lidiar con el trance, que es realmente difícil. Es importante que el borracho no engarrote las piernas y los brazos, ya que si lo hace será más complicada cualquier maniobra. Se puede amarrar al sujeto a la cama con trozos de tela o con cinturones abrochados en las muñecas y los tobillos. El proceso puede durar varias horas y llegar a días enteros, por lo cual es bueno contar con más de un relevo. Cuando hayan pasado más de cinco horas de intervalo entre cada convulsión, el borracho estará seco. Entonces se podrá llamar a cualquier médico o enfermero o individuo que sepa canalizar y aplique un suero. Antes no. No sé por qué, pero puede ser mortal. Todo el sudor con el que uno se acaba de bañar para salvar a su amigo podría secarse en vano si se aplica el suero antes de tiempo. El suero, además de glucosa, debe contener complejo B y alguna benzodiacepina de alto gramaje. Es necesario que los tragos de la Generosa que se le ofrezcan al recién salvado sean hondos y que las orejas estén tapadas por los dedos índices para generar vacío, como si alguien se estuviera lanzando desde gran altura a una piscina de agua helada. El secreto de la Generosa está en curarla con ceniza y, lo más importante, en prenderla con un cerillo justo cuando se reza una oración procedente de cualquier estampita religiosa con la mirada puesta en alguna imagen del mismo tipo o en un crucifijo colgado de la pared. Es de utilidad que un tercero recite salmos durante todo el procedimiento. 

Nota final:
Las referencias a Dios en este manual se insertaron de forma obligatoria y bajo el criterio (formado por la ríspida experiencia) de los autores (anónimos). Se entiende que se narra una lucha entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, donde a la vida la encarna un grupo de gente bastante primitiva y sin ninguna formación académica. Escribimos acerca de algo que hemos podido ver y, sobre todo, enfrentar con nuestras propias habilidades y recursos. Somos hombres de baja cultura y esto nada nos importa ni nos impide. Por último, ninguno de nosotros ha participado en uno, pero ciertas personas nos han dicho que el procedimiento es idéntico al de un exorcismo. Nada podemos decir al respecto. Sólo estamos seguros (por sensaciones) de que el demonio hace acto de presencia en esos cuartos. De ahí la necesidad de las imágenes y los salmos. De verdad que no es cosa nuestra.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Untitled track




Soy la mujer del eterno hueco en el estómago


la fuga del pensamiento ileso 


la que siempre regresa de noche


(aun sin saber si aquello es un regreso)


la chispa del deseo contenido


el músculo tenso de tanto grito atorado


la que dejó de drogarse


la que paró de beber sin tregua


la del esto y el aquello inconclusos


las promesas rotas, el autocompadecerse 


el miedo a seguir teniendo ganas de darse en la madre


en una borrachera que termine en líneas de coca y corazones vacíos


/Cogidas violentas/


Musandela 

jueves, 6 de noviembre de 2014

Still this book and listen this album



Estaba sentada en la sala de la casa de mi amigo Othón, tenía los ojos con las pupilas más dilatadas que recuerdo,  frente a mi, una pelota morada rebotaba de mis manos a la orillita de la mesa, en un eco tan incesante como el de un estroboscopio, la miraba fijamente. De pronto, dirigí la vista hacia la televisión y la imagen ahí dentro se removió como si se derritiera. Entonces me paré y me fui, ya estaba demasiado puesta. La tía, estacionada en su look de los 80, que se supone no debía saber que estaba drogada, ya me miraba sospechosamente y el LSD alojado en mi columna vertebral se disparaba en colores. Afuera, la noche tenía una luna tan enorme que pude verla a dos metros de distancia, los edificios de ese Querétaro colonial se iluminaban de morados, rosas y azules pastel, mi sonrisa no podía cegarse.
Entonces, conocí a Tom Wolfe en el verano de… -no, espera- Me habría gustado conocer a Tom Wolfe en algún verano de esos legendarios en que se hacían las pruebas del ácido, quizá hubiese conocido también a Hunter S. Thompson y Ken Kessey. Lo cierto es que desde la primera vez que vi su libro en traducción Anagrama siempre quise tenerlo, pues ese título, Ponche de ácido lisérgico, me decía que algo en su interior se comunicaría conmigo y mi modo de vida. No fue sino hasta seis años después que tuve el libro en mis manos como algo mío, lo había tenido poco menos de dos minutos en dos ocasiones, perteneciente a dos personas a quien jamás me habría atrevido a pedirlo prestado y una tercera en su versión al idioma original. Los libros de Thompson y Kessey, Miedo y asco en las vegas y Alguien voló sobre el nido del cuco, respectivamente, fueron llevados al cine con la espléndida actuación de Jonhy Dep como Hunter y un Vinicio del Toro como su abogado en Miedo y asco… y en Alguien voló… Jack Nicholson como Randle Patrick McMurphy, quien termina con una lobotomía, y Will Sampson como Jefe, a quien recordaremos por ese homenaje que le hicieran Los simpsons en aquel capítulo en que Homero termina en un psiquiátrico, conoce a Michel Jackson y un indioamericano lanza un mueble por la ventana y se escapa corriendo por el campo.
Por su parte, Wolfe y Hunter le dieron a algo que se llamó el New Journalism, ese nuevo periodismo implicaba vivir muy de cerca lo que reporteabas, así lo aplicó Hunter con su reportaje para la Rolling Stone sobre los brutales Hells Angels, así la vivió Tom cuando escribió su The Electric Kool-Aid Acid Test. Las obras de Hunter y Kessey llegaron a mi en un momento en que para la vida esas cosas eran algo natural, las drogas habitaban mi torrente sanguíneo y el alcohol me visitaba los fines de semana con tanta puntualidad y dedicatoria como jamás llegué a mis clases, mis amigos se controlaban de un conato de pazón de coca con un whiskey, hablábamos sobre On the Road  y sentíamos el Aullido de Ginsberg, las noches se pasaban entre Dizzy Gillespie, King Crimson y Mars Volta -por decir los menos- humo de cigarro, crack en tres goteros y pláticas de borrachos, marihuana fumada en diversos utensilios, noches en albercas con estrellas nada distantes, pastizales que se movían como olas, sonrisas en los rostros de todos, la comunicación sin palabras que nos decía “sí, ya todos lo sentimos, el ácido está en mi”. Luego los dejé de ver y mi sangre lleva limpia dos años –dejen que me ría al decir limpia, por favor- y todo esto se convirtió en recuerdos.
Por eso, cuando leí  Ponche de ácido algo en mi se removió por todas partes de mi cuerpo, se me reveló la historia de la que tenía tan sólo guiños, pues en él se retrata eso que se conoce como la ola del ácido, por que sí, antes de que nosotros, nuevas generaciones de la tacha y la meta, comiéramos LSD en raves –lo que yo jamás haría por la música tan alterante que suena- existió un momento en la historia de EU, siempre tan doble moral, en que el ajo no estaba penalizado y apenas existía una ley contra la marihuana, única forma de atorar a todos los buenos comedores de L. Existieron también las pruebas del ácido organizadas por un grupo de honestos Alegres bromistas comandados por un loco de pantalones ajustados conocido como Kessey, eran algo así como los antecedentes a los grandes festivales de música. Leer a Wolfe es darse un chapuzón en aquel mundo de libertad, libertinaje, excesos y placeres de los 60’s en que confluyen grandes personajes como los maduros beats Ginsberg, Kerouac, Cassady en su esplendor, los Ángeles del Infierno con sus motocicletas, los fabricantes de ácido, los Beatles tocando en un concierto y el nacimiento de la gran banda de Jam los Grateful Dead –aquí la parte en que escuchan el disco-.
Leer Ponche es acceder a un libro plagado de emotivas conjeturas que plasma cómo Kessey buscaba ir más allá de la droga, pues se nos dice, no basta con acceder a esos estados cada vez, con abrir las puertas de la percepción y cerrarlas al pasar el efecto, qué sentido tiene, se nos plantea, consumir el ácido y adquirir conocimiento si no podemos quedarnos ahí, habría mejor que buscar lograr que nuestra mente se desplegara en sus capacidades manipulándola a través de la experiencia previa de saber a dónde puede llegar obtenida mediante el ácido, pero sin usarlo todo el tiempo. Hay que leer a Wolfe y desentrañar los ideales hippies y psicodélicos, toparse de frente con una versión menos rosada de los autobuses escolares habitados por chavos en chalecos de cuero y atrapasueños, conocer un poco de todo lo que hubo que pasar antes de que nosotros, en nuestro México violento, pudiéramos conseguir un Hoffman o un Shiva, un micropunto que te pega más rápido que un cuadro, una planilla para consumir de vez en cundo. Cuando dejé de drógame –con cocaína, más que nada- fue porque al sentir la taquicardia y la paranoia, al ver cómo mis amigos cada vez con más frecuencia se sentían igual, cómo estábamos formando parte de una cadena de narcotráfico –maldigo aquí todo lo sucedido en el mundo de las drogas para que llegáramos al punto en que la gente se mata por el control de un mercado que se volvió sucio, pues en aquellos años y en aquel EU uno iba y compraba su LSD directo con el fabricante- cuando todo eso se hizo mi realidad me di cuenta que el ideal dorado de mis lindos 18 a 22 había acabado por sepultarse bajo goteros quemados, ya no había experimentación que condujera a autoconocimiento, no buscaba la apertura de mi mente ni la distención de los sentidos contenidos. Leer al Wolfe fue recordar que un día estuve en un buen camino al que puedo volver saboreando la experiencia previa. Lean al Tom, escuchen al los Grateful Dead, dróguense hasta saciarse y expandan su mente sin llegar al absurdo de la dependencia y la adicción, el mundo es nuestro y podemos tragarlo… Yo desempolvaré mis discos y mis recuerdos

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