Las luces se
encienden en un instante de respiro, tomamos aliento después de lo vivido y
apagas el sol con un beso en mis labios, la luz cede ante el deseo, dulce,
tierno y cansado. La canción no ha terminado, la escala sigue, se encadena a la
siguiente y las almas de los muertos despiertan del letargo de la soledad, la
incertidumbre se larga por un momento de la vida, el hastío de los días se
retira a vomitar de tanto vino, la locura enciende un puro fino y la
mansedumbre observa hacia el infinito entre humo de hashis y té de ajenjo. La mota ya está... El conjuro se ha
dicho, el fuego y la sal se hacen un
mismo líquido vital, absenta. La canción se repite en un instante, el bajo
eriza la piel de mi vida y ambos se miran sorprendidos porque saben que saben
lo que saben que tienen que saber… es suficiente. Se muerde el labio, la punta
de la lengua, acto seguido levanta la ceja, derecha tal vez, sonríe como sólo
le sonríe a él y sabe que lo invita a la vida. El momento de suspensión… un
beso largo y eterno que se desborda en caricias de ácida suavidad. Con los ojos
cerrados se retuerce, de los labios pasa al cuello, se extiende en una escala
descendente en dos montañas pequeñitas que terminan en espiral, y repara en un movimiento vertiginosamente ácido,
de nuevo en el ombligo de la luna. Se retuerce entre los placeres del sentido cinestético
del ser y no ser mientras te quiero, el caos de los orígenes ha vuelto y el
aleteo de la mariposa va a iniciar, las
manos como garras buscan asirse a las sabanas que se revuelven, y en un momento
desesperado lo aparta de su piel para besarlo en remolino de notas sucias rasgando
su espalda y retorciéndose. Los labios del destino. El momento llega, la lluvia
ha comenzado en el jardín de rostro verde, las gotas resuenan en las ventanas y
en el techo, el gato duerme en la sala solo y calientito, los amantes se mueven
como olas cadenciosamente y no hace frío, la respiración se acelera en la pérdida
de dominio sobre la vida, muerde su boca dulce y húmeda, un pequeño gemi(ni)dito
se deja escapar en ella, muerde más sus labios, los labios, sin saber de cuál
de los dos son. Acerca su oído hacia
donde provienen los suspiros de lo que
un recuerdo provoca, pide gritos de locura que se dejan venir como presión
sostenida en un sol y mi menor, la razón
ha muerto en definitiva, lagrimas de placer y vida. The noise, dicen todos, el
aullido del final, el grito que anuncia la vida, los dedos entre los cabellos y
el aroma inundando todos los rincones del alma en un bufido de impotencia que
derrite los placeres de la cama. Nadie nos mira, nadie sabe cómo es la música
que hacemos surja de entre los huecos del alma que llenamos con la conjugación
de la vida y la muerte, el final de los senderos bifurcados que se vuelven a
unir en el camino de un tercer corazón ya trastornado, la acides de los
recuerdos que brotan derritiendo el mundo en blues de cuerpos empalmados, de
vidas anudadas, de corazones cosidos desde lejos, de lagrimas lloradas en una y
de necedades marinas de tortuga en espiral, caracoles que dejan caminitos de
baba por el costado de la piel y se funden con conejos que habitan en el bosque
de tu sexo y procrean caranejos en el fondo orgásmico de los sentidos de la
vida.
La eternidad es
una misma nota explotando en variación de tiempo y significado, es un mismo
riff siempre sonando en distintos puntos más lejanos, más cercanos. Es el
rasgueo de un solo de caballo intensificándose al morir y son las pisadas en un
bajo, bajo el agua del cielo y sobre las nubes del mar, es la vida que llevamos
en cada mirada detenida… viento concertina.
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