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sábado, 1 de agosto de 2015

Recuerdo de algo que no pasó, posiblemente saudade, imposibilidad de hechos, deseo intenso de la mente. Irrealidad real en un plano en que sólo habitan ambos


Por miXena

Te subes al metro, tomas el segundo tren que pasa frente a ti. Para la fortuna de tus piernas, viene con lugares libres. Te sientas, sincronizas tu reproductor con ese, un buen disco que acabas de bajar, sacas de tu mochila o bolsa aquel, un buen libro que estás leyendo desde hace unos días y no te deja de resonar en la mirada, sola. Lees durante nueve estaciones, posiblemente más, probablemente menos. Te bajas para transbordar, en ese momento, uno muy encendido del disco, con una atmósfera alucinante, que casi obnubila tu mirada, que te hace avanzar tan sólo automáticamente por los pasillos y las escaleras del metro, esquivando los cuerpos que apenas y reconoces humanos, en ese justo instante del correr de un track casi intermedio, tienes la certeza o la simple idea, de que en otro punto del mundo subterráneo, con uno que otro minuto de desfase, aquel, persona que llevas tanto amando, tomó el segundo tren que pasó frente a sus piernas, sincronizó el mismo viaje musical, el mismo disco de seis pistas y sacó su propio libro, solo. Mientras podrían estar los dos, con ese mismo disco, con los libros en la mochila, en una habitación sin luz, a solas…
Esa, quizá, sea la pena que has de pagar por tenerlo tan presente, o la idea que te seguirá a cada nuevo disco, o el mal que te aqueje cuando leas un nuevo libro que te devore los suspiros que intentabas matar a cada noche. Esa, quizá, sea la idea que te conducirá al manicomio de la duda, al temblor de los destinos truncados, al insomnio de extrañar y ser extrañado… 
desde hace unos días y no te deja de resonar en la mirada, sola. Lees durante nueve estaciones, posiblemente más, probablemente menos. Te bajas para transbordar, en ese momento, uno muy encendido del disco, con una atmósfera alucinante, que casi obnubila tu mirada, que te hace avanzar tan sólo automáticamente por los pasillos y las escaleras del metro, esquivando los cuerpos que apenas y reconoces humanos, en ese justo instante del correr de un track casi intermedio, tienes la certeza o la simple idea, de que en otro punto del mundo subterráneo, con uno que otro minuto de desfase, aquel, persona que llevas tanto amando, tomó el segundo tren que pasó frente a sus piernas, sincronizó el mismo viaje musical, el mismo disco de seis pistas y sacó su propio libro, solo. Mientras podrían estar los dos, con ese mismo disco, con los libros en la mochila, en una habitación sin luz, a solas…

Esa, quizá, sea la pena que has de pagar por tenerlo tan presente, o la idea que te seguirá a cada nuevo disco, o el mal que te aqueje cuando leas un nuevo libro que te devore los suspiros que intentabas matar a cada noche. Esa, quizá, sea la idea que te conducirá al manicomio de la duda, al temblor de los destinos truncados, al insomnio de extrañar y ser extrañado… 

jueves, 16 de julio de 2015

Verano del 2014



Por Mixena 
Forza Napoli!

Cualquiera en algún punto del  planeta


Lo conocí por ahí de abril del 2014, en uno de esos trabajos que entonces los jóvenes solíamos tener, cualquier tontería explotadora que diera dinero suficiente para beberlo en libros y cerveza. Era un hincha napolitano, mitad mexicano mitad guatemalteco. Yo entonces no entendía bien el término. Considerablemente más alto que yo y con una barba por la que adoraba pasar mis dedos. Flaco como la vida y tranquilo como la muerte.
Comenzamos a acostarnos luego de una fiesta aburrida en el departamento de Nadie, un amigo de Cualquiera del trabajo. Aquella mañana que me ocupa y jamás pasaré de largo en la historia de mi vida salimos de uno de tantos hoteles del centro, Motolinia No. 40, lugares que aprendimos a frecuentar por placer y deseo, valga recordarlo. Comimos una pizza barata y, aún nos sobraba tiempo suficiente para vagar de día por esas calles que siempre andábamos a oscuras iluminadas, caminamos un rato entre gente, puestos y comida, hasta que nos tiramos en el piso de la parte trasera del Banco de México, ese pasillo donde  por momento de buena suerte uno podía encontrar joyas literarias extraviadas. Entonces, bajo la sombra de un edificio me lo contó todo…
Había viajado a Europa, podría decirse que solo. Por aquella su necedad que a veces le nacía de la mano de cierta extraña convicción paró en Grecia en la época de la mayor crisis de aquel país. Luego de una semana tenía que regresar a Roma a toda prisa para tomar el vuelo a Frankfurt donde tomaría el vuelo que lo traería de regreso a su México de tacos al pastor y cervezas. Su dinero, bueno, prácticamente se había esfumado y no quedaba ya posibilidad alguna de viajar a otro sitio. Sin embargo, algo de súbito lo abordó mientras repasaba en su cabeza el estado de su tarjeta y la convicción en sus bolsillos. Tenía, debía, iba a conseguir su playera del Napoli con el 10 estampado en la espalda. El 10 del Diego, el Diego que había llevado al campeonato a finales de los 80 a ese equipo de la liga italiana que a mi me suena a flan; el Diego que para mi existía sólo en la canción de Manu Chao y referencias a la cocaína. El Diego que, sin embargo, para ambos era el de «la mano de Dios».
En aquella parte de la historia, que yo escuchaba con una tenue extrañeza, se iluminaron los ojos y se le abrieron tan grandes como los míos lo hacían en ácido, sus manos se movían y sus labios temblaban un poco. Aquel hombre siempre fue un cuerpo palpitante en respuesta de todas las emociones.
Casi sin respirar me dijo: -Tomé el tren sabiendo que sólo tenía escasas ocho horas para llegar a la estación central de Nápoles, dejar mi equipaje en paquetería, correr a la tienda de souvenires y comprar mi playera del Diego; regresar por mi maleta, tomar el tren de nuevo y alcanzar el primer avión que debía tomar antes de llegar a México, eso si no quería terminar vagando en las calles sin dinero. Cuando llegué a la tienda no había duda de qué era lo que debía tomar, pagué la camiseta y salí corriendo. Miré el reloj que me gritó que aún tenía un poco de tiempo, así que pasé por una pizzería, pedí una rebanada de tan sólo un euro y de nuevo me puse a correr. Mis pasos se deslizaban por la vía Corso Umberto I, bajo la lluvia de invierno y con una pizza enorme en la mano, recién salida del horno del Bar Azteca. -Aquí, el tipo esbozó una sonrisa con algo de ironía y complacencia-  Sentía ese calor que sólo es parte de tu cuerpo porque afuera el frío y la lluvia imperaban. Me sigues?, -Sí, le respondí- Llegué empapado y agitado hasta la paquetería y mostré mi boleto al encargado. El viejo de más de ochenta años me señalaba molesto el reloj, reclamando que había llegado unos minutos antes de la hora acordada. Mi inglés incipiente no me dejaba explicarle nada y ya lo había puesto de mal humor. Lo único que trataba de decirle era que había desviado mi camino para comprar una cosa que deseé desde hacía una semana cuando estuve en esa ciudad. La había visto por todos lados y se convirtió entonces en mi mayor anhelo. No cualquier deseo de turista barato que viaja a Europa para llevar en una bolsa de plástico réplicas pequeñitas versión llavero de la torre Eiffel. Simplemente no podía volver a donde fuera sin ella, es que esa ciudad no era nada hasta que Maradona levantó al equipo, antes sólo era reconocida por la mafia, por eso las calles están repletas de ese orgullo que es irle al Napoli en que ganó Diego.
Me miró como si quisiera corroborar que lo entendía o que seguía conectada a su discurso.
Bueno - continúo - como seguía sin poder explicarle, saqué de la bolsa la playera de SSC Napoli con el número 10 y el nombre de Maradona, la extendí y la agité ante sus ojos. Cuando la vio, su semblante de viejo malhumorado cambió de inmediato. Con una voz salida de El padrino, una sonrisa y los puños apretados me gritó “¡Forza Napoli!” Luego el anciano me entregó mis maletas y preguntó de dónde era –Mexicano, dije yo. Salí del lugar justo a tiempo para abordar el tren y todavía recuerdo cómo se me iba enchinando la piel porque el anciano me despidió con un cántico del club al que casi, ontológicamente, todo napolitano sigue. “Arrivederci ragazzo” alcancé a escuchar a lo lejos. Entonces supe que había valido la pena toda aquella corrida a contra reloj.
Nunca antes, además de mi padre al que no veía desde hacía muchos años, había escuchado desbordar a alguien tanta vida por el futbol. Nos vimos algunas veces más lo que restó del año, siempre con la promesa de parar, además de en un nuevo hotel, en alguno de los grandes estadios de esta ciudad que, a veces, se termina tragando a las personas, justo como me pasó con él.
Aquel hincha, como nunca podré dejar de reconocerlo, se me escapó entre partidos de futbol y camisetas.

Una primera versión del cuento puede ser hallada en Liberpopulum. Fanzine de expresión mayeútica, No. 2 Año I febrero/marzo 2015 ( http://liberpopulum.blogspot.mx/2015/03/ano-1-numero-2-el-viaje.html )

domingo, 12 de julio de 2015

Tango y Milonga de hoy



Por miXena
Son cerca de las cuatro de la tarde de un sábado muy especial, salgo de la estación Xola de la Línea 2 del Metro, del lado en que se encuentra el mural, según las indicaciones que me dieron, dirección Cuatro Caminos. Una vez en Tlalpan, apuro el paso a la derecha y doy vuelta, casi en seguida, también a la derecha; me sigo de largo unas tres o cuatro calles hasta que comienzo a ver los árboles de ese pequeño parque situado a la mitad. Ahí se encuentran reunidos ya cerca de 30 personas, sobre el escenario de concreto, aguardan la llegada de Carmina y Miguel, mientras instalan el sonido y acomodan la lona por si la lluvia. 

No mucho tiempo después da inicio la clase, hay que corregir postura, cerrar costillas y pensar en tango. Los pasos deben nacer como la traducción de lo que tu cuerpo imagina al escuchar el ensamble de bandoneón, contrabajo, piano y violín. Luego de tantos años sin atender el llamado para volver al sur hay mucho trabajo que hacer, pero para eso están los dos jóvenes que a mi me gusta llamar profesores. Miguel García y Gabriela Carmina son dos no promesas sino realizaciones del tango en México, además de continuar preparándose constantemente, con su corta edad han pisado escenarios como el del Mundial de Tango que se realiza cada año en Buenos Aires. 


Esta bella pareja, cuyo acoplamiento en el baile es intimista, imparten gustosos una clase para principiantes cada sábado a partir de las cuatro de la tarde, la cual sobrevive de su amor por el baile y la cooperación voluntaria de los asistentes. Al final de la lección, el escenario se transforma en un espacio para dar rienda suelta a lo aprendido, se disponen bancos por si uno quiere tomar un respiro y arriban bailarines más experimentados que acuden para no dejar de vivir el tango. Es La Milonga de Xola. 

Cuenta Miguel que La Milonga de Xola tiene cinco años de vida y es una de las más concurridas en el DF, pues existen otras en la ciudad. Cada aniversario de esta milonga se convierte en un gran festín de alegría y baile sin parar, a él arriban bailarines de todas partes, incluso, uno que otro argentino que extraña su país por un momento. Hay exhibiciones de baile en las que participan parejas reconocidas en el medio, entre las cuales estaca la infaltable pieza con la que deleitan a sus alumnos y amigos Carmina y Miguel, quienes en sus clases no sólo comparten sus conocimientos de técnica sino que desvelan el mundo de las orquestas y los compositores que para millones está reducido a Gardel.

La fiesta se extiende hasta muy entrada la noche y yo debo volver a casa, pero si alguno está interesado en sentir cómo su cuerpo responde con pasos que no conocían a ese ritmo que encierra poder, sensualidad, tristeza, pasión, alegría, rapidez y lentitud que se corresponden con un diálogo entre hombre y mujer que se piensa  intraducible, asistan a las clases cada sábado en punto de las cuatro en La Milonga de Xola. Para llegar sólo deben seguir las sencillas instrucciones que se describen al inicio. 



lunes, 5 de enero de 2015

Je me Souviens de Toi



Que cómo sé que te amo, simple

Hay partículas como las que forman tu teoría sobre el olor que se hilan unas a otras de modos tan rápidos que en tres segundos ya tengo tu imagen atravesándome la mente. Es también como hacer armonías, eso que aún no me has explicado, pero yo intuyo que es así, el sutil arte de ligar la quinta con la no sé qué. Así paso los días recordándote entre noticias baratas que se repiten una y otra vez. Me alegra porque este es el principio de un cuento, corto o largo (todavía no lo sé), pero que no se escucha amargo como todo lo que siempre escribo.
Cada tarde llego a prender mi computadora marcada con el cinco. Todo parece tan simple, tan normal, no hay nada de difícil en cortar-poner un poco de atención-y-sintetizar, es hasta cierto punto algo un poco maquinal. Pero me queda el espacio para hacer pequeñas anotaciones en una libreta o dirigir mi mirada al cielo en esa exacta media hora que me dan para comer. Ahí, en ese espacio ínfimo que son 30 minutos o 1800 segundos es donde todo suele ocurrir.
Pienso, mientras mastico, mientras respiro o mientras siento el día y la tarde un poco fría por la entrada del rumor invernal, en cada microdetalle que te construye en mi cabeza. Puede ser primero un color, algo simple, un tono dicho al azar como el azul, eso me lleva a mi ropa interior y ese chiste viejo de ponerte mis pantaletas que me hace reír. Lanzo la moneda y cae está vez un aroma, el humo de tabaco de cualquier lado y a cualquier hora se ciñe a tu cabello como mis ojos a tu cuerpo desnudo que se mueve frente a mi. Cómo amo tus hombros. Vienen después los míos y, juntos ambos, se perfila el recuerdo de un calor abrazador que me cubre por las noches que se enfrían por la ventana abierta de tu cuarto.
Nada es ordinario, la simpleza de cada detalle es el toque justo de complejidad para lograr llegar hasta tu rostro, hacer un recuerdo más grande e ir formando una vida de repasos diario de mi historia contigo. Después hay que volver al mismo sitio, sentarse con los audífonos que esta vez no destilan acordes y seguir, seguir cortando hasta que lleguen las ocho. Tomar el camino de cada día y llegar a casa para oír tu voz, sin que tú sepas cuánto tiempo al día le dedico al ensamblaje de recuerdos. De tu recuerdo o de tu voz.
A veces la cosa es más interesante, los detalles vienen sin que yo los quiera evocar, las partículas están contenidas en las páginas que alcanzo a leer mientras camino en el metro. Otras tan sólo saltan de cualquier rincón del camino, la cosa es que estás ahí todos los días aunque no te logre ver. Estás flotando en cada intento de palabra que quiero poner en un cuaderno sin tiempo y rosando la punta de la pluma que a veces se niega a escribir. Pero no te espantes, no hay grado de obsesión alguna, todavía, no es lo mío pasarme los ratos de la vida buscando paralelismos entre tú y yo, tratando de sacar fractales de una historia que a-penas (entiéndase aquí, el único detalle triste de la historia) se va escribiendo y tampoco es de mi estilo lanzar teorías matemáticas sobre el amor.

martes, 8 de marzo de 2011

Ser migrante no es un delito

Hoy es viernes. ¿En qué se diferencia un viernes de los demás días de la semana? Es el hervir de un caldo donde se aglutinan los pensamientos de cada individuo. Es el clímax de una historia de 7 días que comienza en lunes. Después del viernes, dos días de descenso emocional, y otra vez a empezar. La prisión, la cuota, el existir, el tiempo, el destino, la determinación, el perecer, el revivir muriendo, el respirar, el suspirar, en una palabra, la rutina.

Al pasar el mediodía, en alguna parte de las orillas de la ciudad, un jovenzuelo que yace sobre su cama abre con pereza sus ojos. Remueve las cobijas con sus pies, se vuelve a poner cómodo y termina por tumbarse sobre el colchón un rato más. Cierra los ojos y medita respecto a las actividades de su día. Frunce el ceño, señal de que algo ha recordado. Se intenta levantar, pero su cuerpo no responde. Se esfuerza, persiste en levantarse, se abre los ojos con los dedos, se sacude la cabeza, saca la lengua y se da de zapes. Ya casi… ¡Nada! De vuelta entre las cobijas.




En algún momento saco fuerza de flaqueza, se levanto con los ojos cerrados, arrastrando los pies, hurgándose la nariz, estirándose como gato. Su cara es mas similar a un perro de la raza shar pein. Hoy ira al cine a ver una película de estreno que parece una buena propuesta por parte del cine mexicano después de reiterados fracasos y escasos éxitos. Se llama “presunto inocente” o al menos eso cree él. Ha llegado con gran heroísmo hasta la sala de su casa, toma el teléfono, marca:

          -Hola- Él

          -Hola-Ella

          -¿Iremos al cine?-Él

          -No, ¿Qué crees?- Ella- habrá una movilización en la casa del migrante Juan Diego, y voy a ir. De hecho ya voy para allá…

Él sólo quería acordar unas cosas. Cine, punto de encuentro y hora de encuentro. No acababa de entender lo que oía. Se acababa de lastimar el lagrimal con la uña intentando sacar una lagaña. Necesitaba acabar de despertar para comprender lo importante de la situación.

          -Haber, ¿entonces?- Él

          - Quizá podrías tomar unas fotos- Ella

          - Eso me parece perfecto- Él

          - ¿Vienes?- Ella

          - Voy- Él

Tomas una combi en la López Portillo, te bajas en Chilpan, caminas rumbo a la termoeléctrica, doblas a la izquierda y, antes de interceptar con las vías del tren, tienes que encontrar una iglesia, a un costado esta la casa del migrante. Sigue las instrucciones y llega sin dificultades, inspecciona el lugar. Ella sale a recibirlo, él se introduce en el lugar con extrañamiento, un tanto confundido, no entiende muy bien la situación, tiene ansias de entrar y capturar información que le ayude a ubicar mejor sus pensamientos. Pasa por un pequeño cuarto donde se tiene que registrar en una libreta. Lo anotan, no se anota el mismo. Hubiera deseado hacerlo él y boikotear la libreta, poner un falso nombre, sólo por ver que pasaba. Germán Genaro Gómez Valdez Castillo, o Rubén Darío, Octavio Paz quizá. No. Ya es mucho decir. Quizá nada.

Al pasar a la otra habitación se congela ante la especie de información que impresiona sus sentidos. En un instante empieza a tomar plena conciencia de lo que hace allí. Esta presente la CNDH (Comisión Nacional de los Derechos Humanos) hay cámaras fotográficas y televisivas, cámaras de aficionados, micrófonos. Movimiento por un lado, por otro. Se preparan letreros. Mientras, a un chico de 21 años lo comienzan a entrevistar. Se llama Kevin y viene de Honduras. Los voluntarios de la casa hogar se mueven de un lado para otro como hormigas, como abejas, como humanos comprometidos con la causa, con su labor. Pasión encendida, motor de la acción.

En este cuarto hay migrantes sudamericanos que van en busca del sueño americano. Vienen desde sus países atravesando México para llegar a los Estados Unidos. Creen que ahí esta la esperanza de una mejor calidad de vida. Honduras, El Salvador, Guatemala y otros países. Hoy salen a las calles en manifestación a representar simbólicamente el viacrucis del migrante. Piden respeto, tolerancia. Salen a mostrarle a la gente que no son delincuentes, que ellos sólo van en busca de una mejor calidad de vida y apoyo para sus familias. Traen en sus manos letreros con frases de reflexión, y preparan una caminata en silencio. Cargaran una cruz de madera que se turnaran, y harán doce paradas para leer algunos pasajes de la biblia que resultan relevantes para la ocasión. La caminata será de la casa del migrante hasta la estación del tren suburbano Tultitlan. Un punto que era clave en el viaje de estas personas, donde anteriormente se podía coger el tren y reanudar el viaje a tierras norteamericanas. Un obstáculo más para el ya de por si peligroso viaje.

Kevin marcha hoy con todos los demás migrantes. Él es un joven de 21 años que viene de Guatemala. Deja en su país a una hija de ocho meses y a su esposa. El viaja por necesidad económica. En su país se dedicaba al oficio del dibujante. Ganaba alrededor de 600 quetzales semanales, los cuales no le eran suficientes para solventar sus gastos. Decidió arriesgar su libertad, su vida, porque tiene fe en Dios. No tiene miedo afirma él. Aunque migrar signifique la perdida de derechos, abusos, secuestros, asesinatos, y demás tipo de crímenes y violencia, la necesidad lo hace salir de su país. Le quiere hacer saber al gobierno que no esta en contra de él, pero le pide que se sensibilice, que ponga su mano en la conciencia y en el corazón. Le hace saber al las autoridades que, aunque se obstinen en no dejarlos pasar, en poner barreras para que pasen, mientras las condiciones de su país no mejoren, los migrantes seguirán existiendo. ¡Guatemala esta cansada de abusos!

Entre las 4 y 4 y media, la movilización se pone en marcha. Toman pancartas, letreros, lonas, y una larga manta con frases de aliento, de unión, de protesta, de hermandad, frases de corazón que solo buscan hacerse escuchar entre aquellos que se niegan a escuchar. Dibujos, palabras que solo pretenden insertar su imagen en las miradas que cierran los ojos ante el problema. Un estado multicultural, ¡protesto! También va otra lona con la republica mexicana dibujada, en la cual se traza el camino del tren y con imágenes simbólicas se representa la muerte de aquellos que perecen en el camino. Como se dijo, se turnan para cargar la cruz, cada uno representando su propio sufrimiento. La policía municipal escolta la marcha sin ningún inconveniente. El megáfono exhala palabras de fe y apoyo a los migrantes, dirige la marcha, prepara el camino, guía, y da las respectivas pausas para leer las frases bíblicas.

Los reporteros hacen su trabajo, estorbar. Algunos entrevistan, otros fotografían, incómodos espectadores que posiblemente nada reflexionen de lo que acontece. Los manipula una extraña obsesión de poseer información, manipularla y controlar individuos en masa. La marcha trascurre bajo el fatigante sol.






Caminan por el medio de las vías del tren, a un costado de la carretera Cuautitlán-Lechería. No hay tiendas cerca y a él sólo se le antoja un cigarrillo. Esta sediento, pero prefiere un cigarrillo. De reojo logra divisar a un incauto que ha entablado algún tipo de dialogo con un fotógrafo a quien le ofrece un cigarrillo. No puede perder esta oportunidad de obtener un cigarrillo, y mejor aun, la hipocresía social hará inevitablemente que por ser amable, el otro sujeto se lo regale. Pobre ingenuo.

          -Hola, ¿Me vendes un cigarrillo?- Él, con otro educado e imprescindible canón de educación más que marcado

          -Por supuesto, tómalo- Incauto individuo prosiguiendo sistemáticamente la obra de teatro.

          - ¿Cuánto te debo?- Él, repitiendo el guion una vez más en un escenario diferente.

          - No, cómo crees, llévatelo- Incauto individuo.

No acabo él de encender su cigarrillo y prestas acudieron voces suplicando un cigarrillo. Regalado, por supuesto, ¡que cinismo! Se acabaron sus cigarrillos. Que patético.

Él se alejo para disfrutar su cigarrillo, sin saber la amarga resequedad que le provocaría bajo el sol y sin agua. Pero el “taloneo” incidental que se ha presentado con el sujeto de los cigarrillos le ha provocado una risilla disimulada, pero que no puede pasar inadvertida a otra risa que también se ha percatado de la situación. “No se te vayan a acabar los cigarros” dice un poco sarcásticamente. Él sólo atino a brindar con su cigarrillo, y ambos le dieron una profunda calada.

Aquellos que habían ido por los cigarrillos eran migrantes, si para él fue un alivio fumar ese cigarrillo, se imagino el gusto de los migrantes al saborear el suyo en medio de su arduo viaje. Aquellos, ¿Quiénes son ellos? Tienen nombres, tienen familia, tienen país aunque lo estén abandonando, tienen inteligencia, emociones. Tienen vida. No son ajenos a la sociedad, a la humanidad. ¿Por qué tantos los ignoran si son tantos quienes saben de ellos, de los migrantes?

Kevin Daniel Santos, 21 años, Guatemala, migra por necesidad económica. Jorge Alberto Morales, migra por necesidad económica. Jorge David Navarro, 24 años, El Salvador, migra por necesidad económica. Norman Galeano, Honduras, migra por necesidad económica. Roger Arteaga, 36 años, Honduras, migra porque sus hijos están en Estados Unidos. José Walter, El Salvador, migra por necesidad económica. Vanessa Quiroz, Honduras, migra por necesidad económica.

Hombres, mujeres, niños, adultos, jóvenes. ¿Merece toda esta gente este calvario? Por culpa de una economía fracturada y dividida, que ha hecho del humano una mercancía más para el mercado, que no permite oportunidades de desarrollo para las clases marginadas. Una economía que ha hecho de la vida una relación de producción entre individuos, centrando la felicidad en una acumulación de riqueza. ¿Dónde ha quedado la dignidad humana? El dinero se ha vuelto un símbolo importante en la vida de todo ser humano, es necesario examinarlo con cautela.



Las fronteras son un invento, una ficción, la materialización de la idea más absurda de divisiones, discriminación. ¿Por qué coartar la libertad del individuo de trasladarse a donde él quiera? No tiene que pedirle permiso a nadie para trasladarse a donde él quiera. Es difícil entender a aquellos que llegan a creer que un pedazo de mundo es de su propiedad. Lo llaman país, para delimitar su sociedad, sintiéndose único y autónomo con una identidad singular. El instinto de patria, de pertenencia, que es lo mismo que un perro marcando su territorio con sus desechos. Es dejarse llevar por el instinto sin razonar cabalmente. Se ultrajan los derechos humanos, se esconden sombras de violencia, llantos, sufrimiento, sangre.

Intentar conseguir una mejor vida arriesgando la que ya se posee. Te juegas todo. Doble o nada. Pierdes o ganas, y se vale de todo, solo pierdes si te deportan, si te vuelves preso, o caes muerto. ¿Juegas a vivir? Cuando se cae tan bajo, y ya no hay nada que perder, por qué no arriesgarse, si solamente queda todo por ganar.

A un costado de la estación del tren suburbano Tultitlan, los migrantes tenían un buen punto para subir al tren y retomar su camino. Hoy esta cercado y obstaculizado. El lugar esta vigilado. Ese era, relativamente, un lugar seguro para retomar su camino, ahora ya no. La marcha ha concluido, algunos dedican palabras de reflexión, de aliento, de fe. Pocos minutos después la policía municipal lleva a todos de regreso a la casa del migrante. Donde todo comenzó.

Todo ha cesado, todo se ha calmado. Abrazos fraternos, pláticas, sonrisas intercambiadas, miradas cruzadas. Una comida. Un descanso, ver la televisión. Pero los voluntarios de la casa no parecen cansarse, no dejan de trabajar, no cesan de ayudar. Reparten ropa, ayudan a los sudamericanos a comunicarse con sus familias, platican con ellos. Algunos descansan, mañana hay que partir.





Al fondo, en el comedor, la Hermana Leticia Gutiérrez y la Hermana Guadalupe Calzada Sánchez platican sobre la marcha. Ellas son las principales encargadas de hacer que esta casa funcione. Son dos mujeres motivadas por la fe, al servicio del Señor Jesús.

En la casa se brinda albergue de 48 horas que puede variar de acuerdo a las circunstancias. Allí se les da de comer, vestido, descanso, atención médica, psicológica, espiritual o jurídica en caso de requerirlo. En la Republica mexicana existen 54 casas del migrante pertenecientes a la iglesia católica. Esta en particular, cuenta con el apoyo de los vecinos de la comunidad, el apoyo psicológico es brindado por el DIF, y la CNDH da capacitaciones a los cuerpos policiales.

Muchos simplemente desconocen la gravedad del problema o hacen caso omiso, pensando que no es de su incumbencia. Los migrantes no son sólo sudamericanos, también los mexicanos intentan entrar al país norteamericano todos los días arriesgando sus vidas. Es momento de tomar conciencia sobre nuestras leyes, recapacitar sobre nuestra vida y nuestro entorno. Las propias conductas normativas de los estados que supuestamente deberían garantizar un orden y libertad social, son las que están impidiendo el libre desarrollo del individuo atentando contra su libertad, contra su humanidad.






De vuelta a casa, el viernes esta por terminar, y él de regresar a la rutina. La película será otro día. O quizá fue ahí mismo, con él como protagonista, y ni siquiera se percato. La vida en ocasiones se asemeja a un rodaje cinematográfico, con director de fotografía y toda la cosa.



Venga hermano americano. Cuantas con apoyo. Despliega las alas de tu libertad.

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