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sábado, 25 de julio de 2015

No te olvides del pueblo.

Foto: Christophe Segura


Texto por: NiHiL

Un paraje de sombras y arboles torcidos. Un falso fuego brilla en el fondo de un camino oscuro. Las risas huecas seducen mis oídos, arañan mis más cobardes emociones, coquetean con mi escurridizo ego. El humo flota entre los muros que alojan familias a las altas horas de la noche, cuando el gigante del universo nos vigila con sus múltiples ojos satélites plantarios.

Cuando naces no vives, comienzas a morir. Todo se vuelve una lucha contra el exterior y al interior por mantener los signos vitales. La vida, en general, es una lucha, un combate. La mayoría pierde. En términos económicos por supuesto, pero ¿Quién gana en términos espirituales? La materia es parte de nuestro espíritu.

Una bota obrera pisa el lodo por la mañana. Pisa tierra y charcos antes subir al transporte público, donde la clase obrera se moviliza entre las maltrechas calles. Un joven sostiene un arma debajo de su chamarra, se aproxima al "pecero" con otros 2 sujetos. Una mujer golpeada viene en la parte trasera con una gran maleta de ropa, ha huido de casa con su hija de 4 años que duerme en su pierna. Un joven repasa las canciones que ha descargado a su nuevo celular la noche anterior, se aburría en el trayecto a la escuela. Se empujan unos a otros, se miran con miradas desconfiadas y los más amorosos buscan un corazón que brinde refugio a la urgencia.

En una avenida paralela un delincuente viaja en medio de un convoy de seguridad que lo protege. Gobierna un país no hay ley, y la justicia se disfrazada de autoridad para dejar a un pueblo sufrir con la condena del olvido.

viernes, 24 de julio de 2015

Contrastes

Foto: Ansel Adams

Texto por: NiHiL


blanco y negro
arriba y abajo
izquierda y derecha.

Hay una dualidad inmersa en las profundidades del alma. Dos tintes distintos para las interpretaciones, dos matices para las acciones. Un golpe, una caricia. el odio y el amor.

La vida es una rueda de la fortuna, a veces estás arriba, a veces estás abajo. No importa que tan hábil o afortunado seas, el tiempo cumple sus circulares ciclos.

Para el pobre o para el rico, la lucha es de clases. Unos quieren para unos cuantos y unos cuantos quieren para todos. Si permaneces en el centro, eres un cobarde para ambos lados. Un miserable en el mundo y uno con el mundo.

sábado, 18 de julio de 2015

Mujer de contratiempo


    Nota para oídos sordos                                                                                                                                                              

                                                                                                                                                                   Hay día en que me desmorono
como la sobra de una viuda
arruinada…
Real de Catorce

Y esos días no son días cualquiera, aunque algunos así lo parezcan. Son días de historias destazadas por dolores y miedos que se clavan en el corazón y las arterias como si las agujas de una jeringa infecta te dieran el colocón definitivo: the last trip…
Esta vieja historia comienza en cualquier vagón de lo que sea que ande en esos subterráneos del DF acongojado, húmedo y frío; es la misma historia triste y arrugada que llevo contando desde el día en que tuve una especie de muerte a contra tiempo. Allá en aquellos años donde mi juventud pintaba arcoíris en unos ojos que siguen prendidos,  pero lejos, en una oscuridad que parpadea y es la misma que me contiene. Esta historia le pertenece a toda mujer que tenga tangerina en algún lado de la memoria: en su suéter desgastado, en su cabello, en sus labios. Pero esta historia, que cualquier película pudo retratar, tiene no dos finales, sino un eje por el que andas dos carriles paralelos.
En aquel filme, que para estas alturas ya sabrán a cuál me refiero, en esa escena me perdí, sentí como me desvanecía, como se apagaba un corazón que decía amarme, cómo una máquina succionaba mi perpetum movile re-cordum, ahí la oscuridad de una canción triste se convirtió en todas las notas lacerantes de cada día en mis oídos. Me hundí un rato en la superficie de la vida y anduve pasos con sentido abstracto, si eso existe.
Dije muchos «nos» esperando el momento de salir de mi remoto universo de mentiras. Anduve calles y recuerdos buscando que dejaran de dolerme en la conciencia. Recobré ánimos, ganas de tener unos labios con nombre y apellido entre los míos. Luz en una mirada que apagarán las anfetas, y seguía escuchando la misma canción. Hasta que cometí otro tropiezo.
A veces uno cae en blandito, eso dice cuando menos aquella vieja expresión cuyo origen no logro imaginarme. Este caer me compuso las piernas, enderezó un corazón tuerto que poseían mis adentros, compuso el mecanismo de defensa que fallaba a cada trecho de mi andar y reanimó una imaginación, que si no apagada, había sufrido daños en el sistema nervioso central y chorreaba paranoias.
Ahí conocí la otra línea narrativa de mi película de cabecera. Llegado su momento supe por qué la canción decía everybody gonna learn sometimes. Se me dio la lección más importante de estos días de lluvia y a veces calor. Pasa, muy seguido quizá, que los recuerdos de cualquier cosa son selecciones meticulosas de lo más conveniente para el corazón y la cabeza. Yo había olvidado cierto final que cayó como sobresalto a media noche en calle solitaria: vamos a pelear, vamos a estar mal, -y aquí agrego mis propios votos- vamos a llorar de vez en cuando, sobre todo porque me es difícil no hacerlo; vamos a sentirnos incómodos y tremendamente asustados; vamos a querer correr entre avenidas vacías y de noche, pero solos; vamos a olvidar promesas hechas al calor de las sábanas que nos ven amarnos; quizá destruyas mi corazón poco a poquito y sin quererlo; con la mínima posibilidad de que jamás llegues a confiar en mi andar de gato despistado. Pero, aunque la lista de pecados, hechos y deshechos cósmicos, sea más creciente que mis años, no me queda más que decir que yo… que vas poblando mis historias de metro de todos los días, mis sueños de colores sin sustancia elemental o droga alguna, te voy regalando mis enseres de muñeca mal parida para que veas que aunque mi pierna esté chueca y mi ojo se vaya de vacaciones aquí en el torcido corazón de esta vaca mal alimentada hay un amor que se cocina entre las plantas de tus pies y se diluye en tus sudores…
En el final del camino yo no puedo asegurarte luz alguna, jamás he llegado hasta ese sitio, no puedo, ni siquiera, asegurarte un final, eso me lleva a no poder asegurarte nada… Cada cosa se construye de elementos que no son fundamentales sino hasta que el todo está hecho, entonces sí, quitar una pieza es peligroso. Te preguntarás a qué vienen todas estas palabras sin sentido práctico. No tengo ni idea. Tan sólo he querido vomitar tecleos entre tus ojos para que no te olvides que ando escribiendo una historia de mi vida donde te escogí para actuar; que no hay corazón más roto que el de alguien que está muerto y yo puedo sentir tu respiración negando esto. Entonces te pido que salgas de tus terrores y te subas al camión que llega al cruce de caminos, ese punto legendario donde se clavan muchos mitos, incluso, que en las noches de tormenta y ebriedad, el diablo te aborda de repente… cambiemos el sentido… para bailarte la canción de la sensualidad y contarte la vieja historia del destino. Por hoy no hay más, quizá en un mañana de mareos esenciales, surjan prosas más pulidas, destellos de una vida que madura y no recuerda como hilo de dolor que no te cose.

jueves, 16 de julio de 2015

Verano del 2014



Por Mixena 
Forza Napoli!

Cualquiera en algún punto del  planeta


Lo conocí por ahí de abril del 2014, en uno de esos trabajos que entonces los jóvenes solíamos tener, cualquier tontería explotadora que diera dinero suficiente para beberlo en libros y cerveza. Era un hincha napolitano, mitad mexicano mitad guatemalteco. Yo entonces no entendía bien el término. Considerablemente más alto que yo y con una barba por la que adoraba pasar mis dedos. Flaco como la vida y tranquilo como la muerte.
Comenzamos a acostarnos luego de una fiesta aburrida en el departamento de Nadie, un amigo de Cualquiera del trabajo. Aquella mañana que me ocupa y jamás pasaré de largo en la historia de mi vida salimos de uno de tantos hoteles del centro, Motolinia No. 40, lugares que aprendimos a frecuentar por placer y deseo, valga recordarlo. Comimos una pizza barata y, aún nos sobraba tiempo suficiente para vagar de día por esas calles que siempre andábamos a oscuras iluminadas, caminamos un rato entre gente, puestos y comida, hasta que nos tiramos en el piso de la parte trasera del Banco de México, ese pasillo donde  por momento de buena suerte uno podía encontrar joyas literarias extraviadas. Entonces, bajo la sombra de un edificio me lo contó todo…
Había viajado a Europa, podría decirse que solo. Por aquella su necedad que a veces le nacía de la mano de cierta extraña convicción paró en Grecia en la época de la mayor crisis de aquel país. Luego de una semana tenía que regresar a Roma a toda prisa para tomar el vuelo a Frankfurt donde tomaría el vuelo que lo traería de regreso a su México de tacos al pastor y cervezas. Su dinero, bueno, prácticamente se había esfumado y no quedaba ya posibilidad alguna de viajar a otro sitio. Sin embargo, algo de súbito lo abordó mientras repasaba en su cabeza el estado de su tarjeta y la convicción en sus bolsillos. Tenía, debía, iba a conseguir su playera del Napoli con el 10 estampado en la espalda. El 10 del Diego, el Diego que había llevado al campeonato a finales de los 80 a ese equipo de la liga italiana que a mi me suena a flan; el Diego que para mi existía sólo en la canción de Manu Chao y referencias a la cocaína. El Diego que, sin embargo, para ambos era el de «la mano de Dios».
En aquella parte de la historia, que yo escuchaba con una tenue extrañeza, se iluminaron los ojos y se le abrieron tan grandes como los míos lo hacían en ácido, sus manos se movían y sus labios temblaban un poco. Aquel hombre siempre fue un cuerpo palpitante en respuesta de todas las emociones.
Casi sin respirar me dijo: -Tomé el tren sabiendo que sólo tenía escasas ocho horas para llegar a la estación central de Nápoles, dejar mi equipaje en paquetería, correr a la tienda de souvenires y comprar mi playera del Diego; regresar por mi maleta, tomar el tren de nuevo y alcanzar el primer avión que debía tomar antes de llegar a México, eso si no quería terminar vagando en las calles sin dinero. Cuando llegué a la tienda no había duda de qué era lo que debía tomar, pagué la camiseta y salí corriendo. Miré el reloj que me gritó que aún tenía un poco de tiempo, así que pasé por una pizzería, pedí una rebanada de tan sólo un euro y de nuevo me puse a correr. Mis pasos se deslizaban por la vía Corso Umberto I, bajo la lluvia de invierno y con una pizza enorme en la mano, recién salida del horno del Bar Azteca. -Aquí, el tipo esbozó una sonrisa con algo de ironía y complacencia-  Sentía ese calor que sólo es parte de tu cuerpo porque afuera el frío y la lluvia imperaban. Me sigues?, -Sí, le respondí- Llegué empapado y agitado hasta la paquetería y mostré mi boleto al encargado. El viejo de más de ochenta años me señalaba molesto el reloj, reclamando que había llegado unos minutos antes de la hora acordada. Mi inglés incipiente no me dejaba explicarle nada y ya lo había puesto de mal humor. Lo único que trataba de decirle era que había desviado mi camino para comprar una cosa que deseé desde hacía una semana cuando estuve en esa ciudad. La había visto por todos lados y se convirtió entonces en mi mayor anhelo. No cualquier deseo de turista barato que viaja a Europa para llevar en una bolsa de plástico réplicas pequeñitas versión llavero de la torre Eiffel. Simplemente no podía volver a donde fuera sin ella, es que esa ciudad no era nada hasta que Maradona levantó al equipo, antes sólo era reconocida por la mafia, por eso las calles están repletas de ese orgullo que es irle al Napoli en que ganó Diego.
Me miró como si quisiera corroborar que lo entendía o que seguía conectada a su discurso.
Bueno - continúo - como seguía sin poder explicarle, saqué de la bolsa la playera de SSC Napoli con el número 10 y el nombre de Maradona, la extendí y la agité ante sus ojos. Cuando la vio, su semblante de viejo malhumorado cambió de inmediato. Con una voz salida de El padrino, una sonrisa y los puños apretados me gritó “¡Forza Napoli!” Luego el anciano me entregó mis maletas y preguntó de dónde era –Mexicano, dije yo. Salí del lugar justo a tiempo para abordar el tren y todavía recuerdo cómo se me iba enchinando la piel porque el anciano me despidió con un cántico del club al que casi, ontológicamente, todo napolitano sigue. “Arrivederci ragazzo” alcancé a escuchar a lo lejos. Entonces supe que había valido la pena toda aquella corrida a contra reloj.
Nunca antes, además de mi padre al que no veía desde hacía muchos años, había escuchado desbordar a alguien tanta vida por el futbol. Nos vimos algunas veces más lo que restó del año, siempre con la promesa de parar, además de en un nuevo hotel, en alguno de los grandes estadios de esta ciudad que, a veces, se termina tragando a las personas, justo como me pasó con él.
Aquel hincha, como nunca podré dejar de reconocerlo, se me escapó entre partidos de futbol y camisetas.

Una primera versión del cuento puede ser hallada en Liberpopulum. Fanzine de expresión mayeútica, No. 2 Año I febrero/marzo 2015 ( http://liberpopulum.blogspot.mx/2015/03/ano-1-numero-2-el-viaje.html )

miércoles, 15 de julio de 2015

Apolo-gía

Por miXena


El funk no muere

¿los hermanos negros tampoco mueren?

las mujeres de Juárez seguro todavía mueren

pero todos las hemos olvidado

menos ese negro de la novela de Bolaño

/ el chileno de café con leche y cirrosis,

el del país de la dictadura, el MIR y el salir huyendo

aquel lugar donde la gente volvió a las calles

sólo para gritar un poquito de su rabia

a la “muerte” de un Neruda

que hasta la tumba conservó ese nombre,

el sitio de una Violeta suicidada/

el escritor que se aventó cientos de páginas

a sabiendas de que olvidaríamos a esa miriada de mujeres

desaparecidas violadas torturadas asesinadas y borradas

en este país donde unas cuantas reclaman su derecho a desnudarse

como manifestación artística en plena vía pública

Este México que no deja de tener desaparecidos números listas archivos

y donde parece que se olvida que esas cantidades y esos nombres

petrificados en memoriales construidos con material que serviría más

para una casa de cualquier familia en un rincón de hambre de Oaxaca

o de cualquier otra parte

son en su raíz nombres traducidos en sufrimiento soledad abandono desespero

y un trecho grande de vocablos más que todos traemos enterrados en el alma

lapidados no por la esperanza sino por el miedo

Por eso seguimos en nuestras casas apoltronados

escuchando el funk de negros

moviendo una pierna a ritmo de consuelo

Y mientras en Missouri policías siguen tomando vidas de jóvenes

uno reza, porque a veces recuerda cómo hacerlo,

reza por no ser mujer negro joven

indígena  migrante normalista obrero

perro de tienda de mascotas o vagabundo

Y a veces uno quisiera rezar por no ser humano

o habitante del planeta tierra

Pero continuamos moviendo el pie

al ritmo del funk de negros

viernes, 3 de julio de 2015

Del pop a lo pasado





 O más Mishima y menos Murakami

Al intentar escribir esto me resultó difícil saber por cuál arista llegar al centro de este texto. Se me cruzaban el dicho de Bejamin “la obra de arte en la época de la reproductibilidad” con mi sorpresa al haber leído “Tokio Blues” de Murakami, junto a mis pocas lecturas de autores japoneses más antaños como Yasunari Kawabata y Yukio Mishima o la que hice de una novela de la estrellita pop Banana Yoshimoto.

Con todo esto puesto sobre la mesa, más que comenzar a escribir caí en la cuenta de que verdaderamente estoy lejos de conocer costumbres, identidad, tradiciones, incluso historia del país de mis autores o de todo el lado oriental del mundo, que camino por un lago congelado cuyo hielo delgadito, propenso a romperse en cualquier momento, deja traslucir una mezcolanza artificial de cerezos en flor, sushi transformado, pollo agridulce, saque que no he probado, fermentado de arroz cuyo nombre no recuerdo, películas de Miyazaki, “Los siete samurais”, “La casa de las dagas voladoras”, “Señora Venganza ” y “Old Boy”, “El arco” y unos cuantos filmes más; la imagen inevitable de los campos de arroz con sus trabajadores protegidos por esos sombreros peculiares como el que cuelga de una pared de casa gracias al viaje de una amiga. Que sólo si los enumeramos de corrido queda todo sin distinción entre japoneses, chinos o coreanos. Una suma de consumo cultural bajo una sola etiqueta.

Tal como el Boom Latinoamericano, el arte pop de Warhol o el Dadaísmo de Duchamp, muchas cosas en la esfera de la cultura guardan inevitablemente un sitio en la cadena de consumo, a manera de sobrevivencia necesaria, afirmación que obviamente no es nada nueva, sin embargo, cabe recordar que este sitio nada les resta de valor estético, poético, artístico o “semiológico”. Y gracias a esta cadena, porque no recuerdo cómo,  cayó en mis manos “La casa de las bellas durmientes” de Kawabata, la primera novela que se salía totalmente de mi mundo reducido mal tildado de literatura universal que sólo se remitía a autores europeos consagrados y sudacas (sin ofender a nadie) bien condimentados, gracias a mi deformación académica. Muchos años después alguien puso en mis manos “Nieve de primavera” de Mishima, apareciendo de nuevo aquella idea que hiciera germinar Kawabata de que era absolutamente necesario el lenguaje sinestético para una mejor traducción de estos autores orientales.

Con “Nieve de primavera” me mantuve al filo con cada página, sufrí con las decisiones inesperadas y el cambio de carácter de los personajes, dos jóvenes en medio de una rigurosa práctica del matrimonio con altas implicaciones de linaje y realeza; sentí la nieve caer de la forma en que sólo imagino cae en aquellas regiones: con cierta suavidad. No obstante, entre las páginas de esta novela se encontraba el remolino que iba creciendo por la confrontación entre las viejas y sagradas costumbres contra la llegada de las prácticas europeas bajo la etiqueta de modernidad, reflejadas en el vestir y sobre la mesa. Mishima, pues, era consiente de que su país y su cultura cambiaban.
Y todo cambió, meses antes de Mishima leí una novela de la que tenía altas expectativas, “Tokio Blues”. Yo pensaba que encontraría un sórdido Tokio transitado por un hombre melancólico de manos en los bolsillos. En su lugar hallé injusto que se nombrara Tokio Blues y no se conservara el título original Norwegian Wood, con plena alusión a la canción de los Beatles –no fuera a ser que alguien no cachara la referencia-. Claro, más expectación generaba el que eligieron ya que en nada se parecen las notas que dejan en el paladar el rockcito de la primera boy band con éxito descomunal versus el canto del alma negra. “Tokio Blues” me dejó la sensación de no creer; sus personajes femeninos me resultaron artificiales, una mezcla de todos los arquetipos de mujer que construían en lugar de una figura fuerte un títere fofo investido por el halo de misterio forzado. El protagonista me resultó un hombre enamoradamente absurdo o absurdamente enamorado, por ahí saltaba una metáfora de la vida como un pozo y una escena innecesaria de sexo entre nuestro joven protagonista y la anciana amiga de su amada cuyo suicidio no sorprende, sino que se tarda. Con la lectura de Mishima entendí mi descontento con “Tokio Blues” y “Sueño Profundo” de Banana Yoshimoto, pues para mi con estas dos obras se inauguraban las novelas pop de aire “zen” pero lejos del “tao”, con intento de conservar cierta estética de los novelistas anteriores pero renovada de manera neoyorkina, pero el Nueva York de Sex and the City.

Muy a título personal, “Tokio Blues” es una novela de la que se puede prescindir en la vida. Sé que desde el título esto parece más una campaña en contra de Murakami –usted disculpe- pero lo que busco es compartir lo que sé y lo que conozco, si pongo por encima a aquellos viejos escritores es porque considero que hacen despertar los sentidos, las emociones, la imaginación, la vida, que tanta falta nos hace, pues vivir en este lugar –no me refiero sólo a México- donde unos cuantos defienden con improperios y maldiciones el maltrato animal, dejando entrever no la defensa de las causas “justas” –si es que existen- sino el deseo violento de una sociedad desgastada, bombardeada, reprimida. No hay defensa, sólo disgusto, ganas de reventar y reventarle la cara a alguien. He escuchado que algunos dicen “más vale que lean lo que sea a que no lean”, pero estoy convencida de que todo lo que consumimos nos determina como personas, como entes históricos, como actores sociales, como consumidores en potencia. No más historias peladitas y a la boca, sí al despertar del entramado y de la complejidad de las relaciones a distintos niveles, uno puede navegar y entender novelas más elaboradas sin necesidad de acudir a un libro que explique “el relato en perspectiva” –una disculpa a doña Luz Aurora Pimentel-.

Por lo pronto, les dejo un link a “El Rumor del origen. Antología general de la literatura japonesa” https://gregoryzambrano.files.wordpress.com/2010/09/javier-sologuren-el-rumor-del-origen-antologia-de-la-literatura-japonesa.pdfn

Esculturas Vivas en Bellas Artes

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