Por Mixena
Por fin he hallado una
la cita que me dice algo. Ya no me siento invadida por mis relaciones
interpersonales y, al escribir, mis trazos ya parecen letras y no simples
rayones incontrolables que se deslizan sobre una hoja de papel, queriendo decir
algo amontonado de imágenes e ideas sin surja que nada claro.
Es el
momento, y es que llevo meses pensando que todo es tan subjetivo. A alguien la
muerte le sabe a arena y yo siento que desdeña al triste ser humano, y qué es
lo humano, ya lo hemos cuestionado. Cada quien tiene su respuesta y sostiene
una posición. Así, en alas incesantes de movimientos destellados de verdades
dudosas y certezas de la subjetividad encuentro esto: “Jasper…sabe que no
podemos llegar a nada que trascienda del juego mortal de las apariencias”.
Entonces recuerdo aquella tarde en el C-C y este momento me sabe a naranja;
alguien que sólo yo sé quién es me dio un libro, señaló un párrafo que
parafraseo: la realidad no es tan plana como un físico, un químico, un biólogo
o un “hombre de ciencias exactas te la puede explicar”. Hay otros puntos, otros
planos, otras realidades por descubrir (lamento no recordar qué libro era pero me
dejó el sabor exacto de sandía con limón. Justo lo que quería escuchar). Enseguida
recuerdo, invadida por un sabor a chocolate, desplazado por la salivación que
revuelca un sabor a caramelo rojo, rojo dulce en realidad, a L, imagen creada,
con su manita extendida y su cara ácida sosteniendo una abeja en su palma
oculta por cinco dedos, un momento que apareció chispeante intercalado en una
realidad. O los ojos de A sobre mi cama, cerca de los míos haciéndome sentir
que mi cuerpo levita sólo por respirar frente a frente; mientras sentada en un
sillón, recuerdo que no es un recuerdo, sino un sueño que tuvimos los dos, otro
rayo de una distinta realidad atravesado en ésta, duplicada en puntos inexactos
del universo.
Removiendo
visiones, enredando y destejiendo hilos de historias, es como sé que no quiero
un cochecito ni un traje con olor a monotonía que se ensucie el viernes
mientras en el bar de la esquina siento que soy libre bailando con el cerebro
apagado. Prefiero ponerme un pantalón cualquiera, mis siempre tenis rojos y disfrutar
de un sabor a color café. Cerrar los ojos y abrir la boca, sentir un sabor
resbaloso, pero no baboso, que me deja con curiosidad y envuelta en éxtasis
mientras camino por las calles con tu ojo izquierdo girando entre mi lengua. Luego
de unos pasos, aparéceseme un nuevo escenario, con algo corriendo por mis venas
y llegando a todo rincón de mi cuerpo decido correr a media calle enredada en euforia
de blanco adormecer, me detengo para mirar a mi alrededor y ya todo está oscuro,
sé que quizá no debería estar aquí, no es lo que pasa generalmente en mi vida
por las noches, me río. Siento venir sus manos en un abrazo que hace ¡pooop! en
mi espalda y mi cerebro. Mientras me veo moverme dentro de sus pupilas, miramos
las estrellas aparecer en el cielo una por una. Respiro y no hay sustancia
alguna; le voy dando pequeños besos en el paladar parada sobre su lengua
húmeda, al tiempo que decide snifarme y ya dentro de su cuerpo me reproduzco en
una pequeña explosión llenándole de besos por dentro, un cosquilleo que
despierta todos tus sentidos. O si miro para otro lado, descubro un caos en libertonia, mientras mi carnal pone la Traviata. Decido, a veces uno tiene que
decidir a toda hora, entonces decido que en lugar de ser el personaje oscuro y
mal maquillado que va todos los días al café, en un espacio aburrido y
predecible de la noche, que pide siempre el mismo tipo de bebida; la que quizá,
a veces supongo mientras lo miro, le sabe a lo que sabe que sabe, sin
distinguir lo nuevo, lo diferente de cada día, partículas extrañas que su
lengua despertando de un letargo debería de sorber.
Y si lo
que hay no es siempre lo que es, y lo que es no es siempre lo que ves, degusto
sus caderas y su cintura morena, arenosa, calida, envuelta y envolvente, la
tomo de la mano por las calles del centro mientras admiro su caminar
despreocupado y beso sus delgados labios, me pierdo en su oloroso cabello de
espiral truncado cayendo por mi cara, la beso mientras reconozco uno que otro
lunar contante de su piel. No me escondo tras una puerta bastante clara y al
mismo tiempo creíblemente opaca que no deja mirar a los seres andantes de mis
pasillos diarios de la vida, por que seguro quien quiera mirar más allá de su
nariz, reconocerá lo transparente de mi ser, de modo que para qué insinúo lo
que soy y luego niego serlo si me derrito al tiempo que me besa tras la oreja y
sobre mí siento sus pechos dulces y perfectos para mis manos, que inquietas los
describen.
Pero el
momento se agota, entonces, disfruto parada tras el mostrador, mirando unos
ojos de felino escondidos en rasgos momentáneos humanos, del Our love to admire de Interpol, mientras
descubro que pioneer to the falls, son
gotas cayendo una tras otra tan lento como sea posible para mirar y distinguir su
forma, gotas que poco a poco se convierten en una tormenta que te estruja por
dentro, te eriza la piel y te deja a medio suspiro, apretando los ojos mientras
con desesperación te sientes lluvia. Despierto con un sobre salto y siento un
grito salir de mis entrañas cuando por primera vez escucho la corte del rey carmesí de King
Crimson, y mis ojos se expanden en mi cara mientras me enredo en el oído
del sujeto rosado de la portada, sin decir nada.
Me río
cuando veo la cantidad de publicidad de la que estamos rodeados. Me parece
estúpido cuando veo el mismo comercial transmitido una y mil veces en una
pantalla de televisión que cuelga a medio pasillo del metro. Cero que ya sólo
enajenan a las personas, de quienes cuya respuesta no me sorprende: miran la
pantalla, ya condicionados, porque la reconocen Televisión, ¡oh dios de cada aldea subdesarrollada! Sospecho,
entonces, que hay una complicidad en el absurdo del día. Siento que el cerebro
se les desconecta mientras bailan en un lugar horrible, donde además la cerveza
es cara y a ellos lo único que les importa es consumir, al mismo tiempo que se
pierden en un eterno retorno del mismo movimiento sin darse cuenta de que las
cinco canciones que ya escucharon tienen el mismo ritmo plano e insubstancial
bajo la misma letra pendeja que nada más habla de sexo sin sentido. Por eso si
él, el que sea, prefiere tener sexo con una mujer, disfrutando de su piel y
recorriendo su figura dibujando su cuerpo ya trazado, merece un ¡a huevo! Desde
el fondo de mi voz que no me produce aquel que despertó con dolor de cabeza,
quién sabe donde con quién sabe quién, y que solamente sintió una efímera
descarga eléctrica en su cerebro, en lugar de un continuo erizar de la piel, un
ahogo placentero que te hace que te retuerzas.
No pongo
mi mirada en un recién nacido ignorando la dulcemente negra tentación de morir,
como si fuera la imagen de la esperanza de la vida. Yo que putas sé lo que está
pensando o en qué se va a convertir, tal vez siga los mismos pinches patrones
de conducta de los demás seres color gris. Para qué los ojos de un recién
nacido si yo tengo los míos, y tengo mi propia vida, además el proceso de lo
que le pase a mis ojos me dejará la sensación de mi cuerpo reconociendo. Para qué
decir que disfruto de cada segundo de vida, una pinche apariencia más, cuántos
de los que han dicho esto tantas veces no se han sentido de la verga cuando
menos una vez. Los segundos son tan rápidos, tan efímeros, tan intangibles, el
tiempo es irreductible, el tiempo en números es plano, anclaje puro dice O.
Prefiero
disfrutar cuando mi lengua percibe sabores a color, cuando huelo la humedad,
cuando escucho sus movimientos y al correr de sus caricias por mi cintura yo
siento pequeños pasos en mi nariz de tus dedos placenteros. Sí, la vida es
absurda ya lo sé, y si se queda así es porque tú quieres, lo digo y lo
sostengo. Vivir con el pleno conocimiento de lo absurdo no implica ceñirse a su
inefable desmoronamiento de toda esperanza de vida, esa tampoco existe. Mejor pateo
lo absurdo de este incesante movimiento de vida, la tuya o la mía, y mientras
lo miro con desprecio y aburrimiento me quedo con cada caricia, un sentir
diferente que hay que reconocer, recupero los sabores y mi lengua se retuerce
en amarillo mientras digo para mis adentros cavernosos: a la chingada las
apariencias y lo que dicen que está mal, me importa un comino las
convencionalidades y sostengo que todo es subjetividad, mientras me cuestiono
si llegará algún día la anagnórisis de la vida.